Para América, en sus 102 años

El Estado existe porque resuelve un problema muy importante. Sin él, no es posible la convivencia pacífica de grandes grupos de personas. Me refiero al Estado como la estructura de poder que se impone en la sociedad. Y esa convivencia pacífica ocurre precisamente por el uso del poder, que en ocasiones incluso permite no sólo la convivencia, sino la coordinación de esfuerzos.

Pero esa misma concentración de poder tiene un efecto negativo: el Estado la utiliza para determinar cómo se distribuye el producto de las actividades de la sociedad. No sólo se queda con una tajada, argumentando que lo hace para beneficio de la misma sociedad, sino que establece reglas que permiten a unos grupos ganar más de lo que produjeron, a costa de otros que ganan menos de lo que deberían.

Esto ocurre en todos los Estados, modernos o antiguos, autoritarios o democráticos. La manera en que se determine la distribución del producto afecta no sólo el bienestar presente de los grupos de la sociedad, sino el futuro, porque modifica las posibilidades de producción hacia delante.

En México durante el siglo XX se construyó un sistema en el que un grupo extraía recursos de la sociedad. No demasiado, para que ésta no se derrumbara, pero suficiente para impedir un esfuerzo de ésta por crecer. El esquema de extracción de recursos se legitimó con un discurso “revolucionario”, más bien pobrista.

El esquema funcionó para lo que se quería: el grupo que controlaba el Estado pudo extraernos recursos a los mexicanos sin que el país se derrumbara. Pero también provocó que no hubiese incentivos para crecer (es decir, para ser productivos), de forma que lo que hicimos fue agotar los recursos disponibles. Nos acabamos el campo, luego el crédito del exterior, luego el petróleo. En el camino, los millones de mexicanos ignorados por el esquema mencionado se fueron acabando bosques y selvas, y se movieron a las ciudades, donde no encontraron espacio. Se acomodaron como pudieron, en invasiones y ciudades perdidas, y se han ganado la vida fuera del sistema económico formal.

Las discusiones dentro del Estado se tratan precisamente de lo que acabo de comentarle. Por un lado, modificar la forma en que distribuimos el resultado de la producción en México, acabando con los grupos que desde hace 80 años viven de nosotros. Esto debe hacerse de forma que los incentivos para desarrollar el país aparezcan (porque hoy no los hay). Son las reformas estructurales. Por otro lado, hay que terminar el tema de cómo se mide la fuerza al interior del Estado. Es la reforma política.

Este segundo tema debería desaparecer. Lo impidió el berrinche de 2006, y ahora las fracturas de los partidos, que nos dan propuestas tan espectaculares como inviables. Y estoy convencido de que lo primero, el cambio de reglas, es extraordinariamente urgente. Hemos agotado ya todo lo que teníamos. Sin reglas que favorezcan la generación de riqueza, vamos a estar en una situación muy complicada. Así que menos reflectores a la reforma política, más a las reformas estructurales, si se puede.

Profesor de Humanidades del ITESM-CCM

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