Cuando el monarca de Corea del Norte mencionó su botón nuclear, el monarca de Estados Unidos contestó, con su “genial” vulgaridad de siempre, que él lo tenía mucho más grueso; poco le faltó por decir “los” en lugar de “lo”, pero todo el mundo entendió. Luego leí que, en la Casa Blanca, no permitía que nadie se acercara a su cepillo de dientes y a la pasta dental, y que eso se debía a su temor de ser envenenado. Y me acordé de la película de Stanley Kubrick, en blanco y negro, en los lejanos años de la guerra fría cuando el temor a un holocausto nuclear era muy real. Pues, el héroe catastrófico de la película está convencido que los soviéticos, aprovechando el programa de fluorizar el agua para bien de los dientes de todos, están envenenando a la nación. La película es de 1964, poco después del terrible suspenso de la crisis de los cohetes en Cuba, y se llama Doctor Strangelove (Doctor Insólito) o cómo dejé de preocuparme y quiero a la bomba”. Es la historia de un general que enloquece y ordena un golpe nuclear preventivo contra la URSS. Todos los esfuerzos para evitar la catástrofe fracasan, los cohetes soviéticos despegan y es el fin del mundo con música celestial.

En los últimos días, Kim Jong Un cambió de traje y de discurso, lo que no es suficiente para abrir una rendija en el callejón sin salida de Corea del Norte; sin embargo, de repente, me sorprendo al pensar que este joven Bomba-Kim podría ser un poco menos peligroso que nuestro Botón-Donald, el cual, obviamente, no ha de entender ni de ajedrez, ni de juego de go.

Queda claro que las sanciones contra Corea del Norte no han servido de nada y que todos los intentos de Trump para intimidar a Kim han fracasado. Pyongyang dice que negociará tan pronto como EU reconozca su existencia (y su estatuto de potencia nuclear); Washington dice que reconocerá a Corea del Norte tan pronto como renuncie a su potencia nuclear: empate, callejón sin salida.

Falta imaginación y la teoría de un golpe preventivo contra Corea que tiene sus partidarios en el círculo trumpiano, peca por falta de imaginación y nos remite al Doctor Insólito. Cuando Donald Trump piensa que China puede desarmar a Pyongyang, manifiesta un desconocimiento total tanto de Beizhing como de Pyongyang. Me temo, al final, que haya más racionalidad del lado de Kim y de sus generales que del lado de la Casa Blanca. Saben que tanto Muamar Gadafi en Libia, como Saddam Hussain en Irak renunciaron al arma nuclear y que eso les valió ser atacados y destruidos. En cuanto a China, dice que “los americanos nos piden arreglar su problema, pero eso crearía una multitud de problemas para nosotros. ¿Qué ganamos a cambio?”. Mientras Washington no conteste esa pregunta, todo lo demás son puras palabras.

Hay que reconocer que Corea del Norte es ahora una potencia nuclear, la novena después de los EU, Rusia, Inglaterra, Francia, China, Israel, India, Pakistán. Eso demuestra que un país que se siente amenazado en su existencia y no tiene una garantía seria de seguridad hará todo para conseguir el arma suprema; demuestra que, si está determinado a conseguirla, no habrá manera de impedírselo. El exitoso programa nuclear coreano es irreversible y contribuirá a consolidar el régimen porque es un motivo de orgullo nacional.

El politólogo Bruno Tertrais afirma que vivimos en el mundo de la afirmación del nacionalismo nuclear, pero no cree que sea muy elevado el riesgo de empleo del arma atómica: “Protesto contra cierto catastrofismo nuclear. Todos los Estados nucleares anuncian doctrinas de disuasión y no de ‘uso’, tanto Rusia como Pakistán o… Corea del Norte. No es algo despreciable. Claro, existe el peligro de una provocación o de una crisis mal controlada, y el ejercicio de la disuasión será más difícil en las crisis del siglo XXI de lo que fue en las crisis del siglo XX. Pero es digno de atención el hecho de que el arma nuclear no se volvió a emplear después de 1945, en contra de las previsiones de muchos analistas. Ahí está la tradición de no empleo”. (Le Monde, 10 septiembre 2017).

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