La historia mundial recoge en sus páginas memorables batallas, donde se exalta a sus protagonistas, a quienes se les reconocen sus dotes de grandes estrategas que lograron triunfos impensables. Sin embargo, hay una batalla que surgió casi a la par que la sociedad y que aún subsiste, con consecuencias aún más lacerantes y denigrantes para la humanidad: me refiero a la que han emprendido las mujeres –en todas las latitudes del orbe– por el reconocimiento a su dignidad como persona, el respeto a sus derechos fundamentales y un freno a la violencia y discriminación en su contra.

En la historia reciente de la humanidad, se han dado importantes esfuerzos de organismos internacionales, gobiernos, y organizaciones femeninas por generar políticas públicas y acciones concretas para reducir la brecha de desigualdad entre los géneros. Esto dio pauta a la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, que se remonta a inicios del siglo pasado en Estados Unidos de América y Europa, como una forma de hacer visible estas condiciones de desigualdad. Así en 1975, la Organización de las Naciones Unidas (ONU)declara el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer.

Ese año se convirtió en un parteaguas en el cauce de la lucha de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos. Además de esas conmemoraciones, a instancias de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, se celebra en nuestro país la Primera Conferencia Mundial de la Mujer, que dio pie a la Declaración de México sobre la igualdad de la mujer y su contribución al desarrollo y la paz, en la que se definió un plan de acción mundial para la consecución de los objetivos del Año Internacional de la Mujer, que incluía un amplio conjunto de directrices para el progreso de las mujeres hasta 1985, en que tenían como objetivos principales garantizarles el acceso en igualdad con los hombres a la educación, al trabajo, a la participación política, a la salud, a la vivienda y a la alimentación.

La importancia de establecer un día en que se conmemore en todo el mundo la lucha de las mujeres por la igualdad, más allá de una conmemoración o una invitación para la reflexión, es punto de partida a la acción de las instituciones públicas, de la sociedad civil y de todas y todos. Como se señalaba en el preámbulo de la aludida Declaración de México: “los problemas de la mujer, que constituye la mitad de la población mundial, son los problemas de la sociedad en su conjunto, y de que los cambios en la actual situación económica, política y social de la mujer deben ser parte integrante de los esfuerzos por transformar las estructuras y actitudes que obstaculizan la verdadera satisfacción de sus necesidades”.

Estamos cerca de que se cumplan 50 años de que se instituyó esta conmemoración y, aunque son muchos los logros, hemos de reconocer que estamos muy lejos de una igualdad de género efectiva y real. Los prejuicios y las costumbres que derivan de patrones culturales que relegan a la mujer, continúan profundamente arraigados, tanto que todas, sin distinción, seguimos padeciéndolas. Sin embargo, algo que distingue a las generaciones que nos antecedieron, a la que hoy tenemos la oportunidad de marcar una diferencia, y a las que vendrán, es nuestra profunda convicción por romper los obstáculos del patriarcado que ha dominado a la humanidad.

Hoy —más que nunca— las mujeres del mundo continuamos con esta batalla por derribar las barreras de la discriminación y para hacer frente a los embates que nos salen al paso, con elevado espíritu y fortaleza. Estamos convencidas de lo justo y correcto de nuestra causa, y sus detractores, habrán de estar conscientes que no cesaremos en nuestro afán por alcanzar lo que por derecho nos corresponde: un mundo que reconozca nuestra dignidad como personas y la igualdad de oportunidades.

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