En este inicio de proceso electoral empiezan a aparecer, por aquí y por allá, carteles de candidatos o precandidatos o gobernantes con vistas a la reelección, presumiendo reducciones notables en la incidencia delictiva. Y no es mentira el dicho: muchos delitos se volvieron menos frecuentes en muchas partes durante 2020.

Pero, como ya se ha dicho en este espacio varias veces, eso es más pandemia que política pública.
Con las calles desiertas, los negocios cerrados y las casas llenas, hay menos oportunidad para cometer delitos. No todos, pero sí algunos.

Eso es medible y no solo con denuncias. La Encuesta Nacional de Seguridad Urbana (ENSU), publicada por el INEGI cada tres meses, mostró en la edición de septiembre una reducción notable en el número de víctimas de delito en las principales zonas urbanas del país durante el primer semestre de 2020. El número de hogares urbanos con al menos una víctima del delito disminuyó 38% en la primera mitad del año pasado comparado con el segundo semestre de 2019.

Esa mejoría, sin embargo, empezó a revertirse en la segunda mitad de 2020. De acuerdo a la más reciente ENSU, levantada en diciembre pasado, el porcentaje de hogares urbanos con al menos una víctima de delito pasó de 21.8 a 28.1% entre el primer y el segundo semestre de 2020. Esa proporción sigue estando por debajo del nivel pre-pandemia (35.3% en el segundo semestre de 2019), pero significa un incremento de 29% en el periodo.

Si se observa la evolución de delitos específicos, la tendencia corre en paralelo. El número de hogares con al menos una víctima de extorsión aumentó de 6.4 a 10.9% del total en el segundo semestre de 2020, después de disminuir seis puntos porcentuales en la primera mitad del año. El robo o asalto en calle o transporte público tuvo una evolución similar: el porcentaje de hogares con una víctima disminuyó de 16.1% a 8.5% en la primera mitad de 2020, para luego rebotar a 10.5% en el segundo semestre.

Este cambio de tendencia aún no se refleja en la percepción de inseguridad. En diciembre, 68.1% de los habitantes de las principales zonas urbanas afirmaron sentirse inseguros en su ciudad. Ese número es muy similar al de septiembre de 2020 (67.8%) y se ubica por abajo del nivel de marzo (73.4%), antes de que arreciara la pandemia.

Pero ese rezago se va a cubrir: percepción y realidad no se separan por mucho tiempo. Si la victimización se mantiene al alza, la percepción de seguridad inevitablemente se va a deteriorar.

La pregunta es si este rebote de actividad delictiva va a continuar en los próximos meses. La respuesta es sencilla: depende de la pandemia. En la medida en la que se vaya normalizando la vida cotidiana y regresen las rutinas previas a la llegada del virus, el delito irá regresando a los patrones. En la medida en que siga dislocada la sociedad por la pandemia, el delito se mantendrá en niveles relativamente bajos.

Entonces, va un consejo para los políticos en campaña: si quieren presumir la disminución de la incidencia delictiva en sus localidades, háganlo en los próximos meses, porque no les (nos) va a durar mucho el gusto. La tregua pandémica eventualmente va a terminar.

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