Los días en el mundo transcurren con nuestra referencia de las horas, en la percepción que nos da la región en la que habitamos, sólo que en realidad se ajustan a la inclinación de la tierra y ello hace que los periodos de luz varíen según la ubicación geográfica en la circunferencia de la misma.

Sin embargo, hay todos y cada uno de los días un periodo muy corto de una luz única, que conocemos como crepúsculo, aunque es también antes del amanecer, se da especialmente al ponerse el sol.

Es un momento que seguramente, cuando nos regalamos la oportunidad de contemplarlo, detona en nuestro interior un cúmulo de emociones que se desplazan a través de varios sentimientos. La vida misma la medimos en grupos de esos periodos llamados “Día” y, sin saber dónde ni cuándo, nos enfrentamos a despedidas y adioses que suelen ser momentos de crepúsculo en nuestras vidas y me parece son equiparables a aquellos que nos atrapan.

Sin hablar de la muerte, que es el más duro de los adioses, me refiero a despedirse y dejar atrás afectos, amistades, amores, colaboraciones, espacios, trabajos, sueños, propósitos y más. Todo ello es siempre e inevitablemente una pérdida y un abandono. Mientras más hemos vivido, más son los momentos en los que hemos tenido que hacerlo, aún en algunos sin mencionar un adiós, pero con la certeza de saber que no habrá posibilidad de encontrarse otra vez.

Cualquier marino envidiaría la habilidad y la velocidad con que se nos hace un nudo en la garganta cuando caemos en cuenta. Aunque en algunas ocasiones las despedidas pueden llegar a pasar inadvertidas, tarde o temprano el recuerdo hace de la suyas y golpea como un viento helado que se cuela por todos lados.

Hay quienes suelen decir que los cambios, después de dejar atrás algo, son buenos y traen consigo cosas positivas, pero en cada despedida y en cada adiós hay implícito un duelo.

No hay una edad, tiempo o condiciones específicas en las que lleguen, tarde o temprano y de manera intempestiva las vivimos. Transitarlas lleva su tiempo, según el valor que le otorgamos: unas pasan rápido, algunas se hospedan por periodos más largos en la habitación de la memoria, pero otras nos pueden llevar la vida completa.

Mucha gente tiene la cualidad de permanecer impávida ante las circunstancias y no mostrar ninguna emoción, inclusive ni siquiera en realidad sentirla y tiene, como se dice coloquialmente, “la piel gruesa”, de tal suerte que ni siquiera sufren un rasguño.

Sin embargo, pareciera una ironía: mientras más hacemos o más intentamos hacer aquello que crea vínculos, siempre se sumarán momentos en los que hay que cerrar puertas de habitaciones en las que ya no se entrará de nuevo. Hay despedidas y adioses necesarios, útiles y convenientes para seguir adelante en las mejores circunstancias de aquello que nosotros controlamos y podemos propiciar para nuestra felicidad y la de nuestro entorno cercano.

En contraparte, el querer intentar y aventurarse en cosas nuevas, siempre traerá consigo la oportunidad de construir una y otra vez para continuar poniendo sobre nuestra mesa aquello que nos hace sentirnos realmente vivos y con los sentimientos a plenitud para seguir siendo parte más de las soluciones que de los problemas que tanto nos aquejan en el mundo, donde sigue creciendo este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

@GerardoProal

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