No cabe la menor duda de que la política enriquece materialmente a todos. México padece dentro de sus mucho males, una ausencia de participación de la mayoría de la población en la vida democrática y en la intervención de oportunidades para la solución de sus grandes males; no, eso sólo está reservado para la llamada “clase política”; empero hay de clases a clases. La desigualdad de oportunidades aun en la vida política del país, es detonante de pobreza, falta de educación y de trabajos dignos. Ellos, los políticos “son tan pobres que lo único que tienen es dinero” (la frase no es mía, de ahí el entrecomillado).

He visto a Alejandra Barrales (PRD) una vez en mi vida y esto aconteció hace bastantes años en algún vuelo del que sólo recuerdo el cuerpo de Alejandra, su alegre e inteligente conversación y  como dicen las abuelas: “sus ojillos pispiretos”. Era (¿o es?) un “cuerazo” de mujer y… nada más. A Ricardo Anaya lo he visto dos veces en mi vida; una en Sanborns de Plaza del Parque, desayunando modestamente con su pequeña familia y años después en una mega mesa con buenas viandas y licores en algún lujoso restaurant de la avenida Constituyentes. En ambos casos, tuve que pasar a su lado y al notar que aún no le servían los alimentos ni las bebidas, le saludé de mano; él ni por educación se levantó, simplemente por ser el suscrito un adulto mayor y bastante mayor que él en todos los sentidos, me extendió la mano y con una soberbia digna de un César de la antigua Roma, se volteó hacia otro lado; es decir, me hizo “el favor” de saludar. Ya para entonces “manejaba” en el gobierno de Paco Garrido, un súper millonario presupuesto, vaya a saber usted para qué.

Más cercano he estado a Dante Delgado; quien me pidió, casi suplicó que formara en Querétaro el Partido Convergencia, mismo que les daría a algunos, buenos rendimientos económicos y sobre todo, políticos al proponerme a la gubernatura del Estado. Como quien esto escribe tenía que comprobar todos los gastos (que salían de mi bolsa), viajaba con frecuencia a lo que era el DF,  Dante me recibía de inmediato, me preguntaba, cómo iba la campaña y sin ver a detalle, plasmaba su firma de autorización en cada comprobante. Posteriormente pasaba quien esto escribe, a las oficinas de un “contadorcillo de quinta” encargado de las finanzas del partido a nivel nacional y al entregarles los comprobantes y solicitar mi dinero, invariablemente me contestaba: “Disculpe Maestro, entre Dante y yo tenemos un acuerdo de no pagar nada”. En la primera ocasión, al notar su cara abotagada por el alcohol, lo dejé pasar; mi candidatura y mi dignidad, valían (y valen) mucho más que unos 10 o 15 mil pesos. Por supuesto a la segunda vez, intenté regresar con Dante para comentarle que la escena se repetía, pero una “viejecita” su secretaria, parecía un gran cancerbero de la intimidad de Dante y no había poder humano que te hiciera volver a ver al otro César y vividor de la política. Sin embargo, esa “intimidad” no fue tanto, ya que en más de una ocasión, nos comentan los “amoríos” del tal Rannauro con la hija del cacique del sureste (por supuesto se encuentra en el averno): Layda Sansores quien al verla llena de “injertos” vaya usted a saber si hasta el nombre no es de ella, pues cuando levanta las cejas, se le restiran las medias y se hace notar con un discurso digno de un carretonero (con el respeto que me merecen los carretoneros). Dante es un mezquino oportunista que ha brincado de partido en partido para no dejar de mamar del presupuesto público y es capaz de besar los zapatos a los señores feudales del poder, con tal de ganarse algunos pesos.

Desde hace unos años a la fecha, se han puesto de moda los llamados “candidatos independientes” y uno se pregunta: ¿Independientes de qué o de quién?, ya que por experiencia propia he sido candidato por el PAN y por Convergencia y en ambos casos en mantenido una independencia absoluta. De Enrique Ochoa del PRI, me comentan de su flotilla de taxis, en uno de ellos y con total desconocimiento hacia la persona del chofer del carro que abordé en la CDMX. Luego entonces, uno no deja de sorprenderse que cuando ventilan las millonadas que poseen ciertos políticos, su respuesta es inmediata y visceral. Nadie los ha acusado de robarse dinero público, ni de ningún otro delito patrimonial; sólo se ha exhibido su riqueza y hasta ahí, por lo que de haber algún ilícito que perseguir, sería su propia Procuraduría y no la Cámara de Diputados o de Senadores la encargada del asunto. Si usted conoce a algún político pobre no deje de avisarme, por favor. (Continuará).

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