La devastación que buena parte del territorio nacional vive desde el 13 de septiembre a consecuencia del azote de dos tormentas simultáneas en los océanos que rodean al país, y de cuyos efectos Querétaro no ha estado exento, obliga a una reflexión sobre la importancia del conocimiento de estos fenómenos y la manera en que son encarados por las autoridades y las propias comunidades.

Esto cobra más relevancia una vez que el Senado solicitó la presentación de informes puntuales sobre su actuación de cuatro instancias responsables al más alto nivel en el gobierno federal: la Secretaría de Gobernación, el Servicio Meteorológico Nacional, la Dirección General de Protección Civil y la Comisión Nacional del Agua.

Ya los especialistas han advertido que una seria comprensión de los fenómenos hidrometeorológicos exige tratar por separado la dimensión natural y la vulnerabilidad, pues es ésta última la que define la magnitud del desastre. Al poner el énfasis en la furia de los huracanes, la visión “naturalista” encubre a los responsables de atender los contextos de vulnerabilidad. Tras una detallada valoración, el investigador Víctor Magaña Rueda, uno de los creadores del Sistema de Alerta Temprana contra Ciclones Tropicales, ha advertido que la destrucción y las muertes que dejaron Ingrid y Manuel no deben ser endosadas al cambio climático sino al aumento de la vulnerabilidad, que comprende aspectos como la salud de los ecosistemas, la preparación de la gente y la capacidad de los gobiernos para enfrentar los eventos.

Los procedimientos científicos han desarrollado mecanismos muy confiables para anticiparse a los acontecimientos. Por ejemplo, para el Océano Pacífico, el Meteorológico pronosticó 19 ciclones tropicales, nombres incluidos, y de ellos se han formado ya 13, y en el Atlántico se han presentado ya nueve de los 18 anunciados.

Y por ley, gracias al aprendizaje de los sismos de 1985, se han destinado sumas significativas para la prevención y la protección civil. De modo que, de ninguna manera, puede hoy argumentarse que “llovió recio” o que “la gente es necia y no se salió a tiempo”. El mismo Sistema de Alerta Temprana contra Ciclones Tropicales fue diseñado para actuar con anticipación y mitigar catástrofes, atendiendo a una prioridad fundamental: poner a resguardo a las personas.

Nadie puede hoy decirse sorprendido, pues la ciencia ha demostrado su gran aportación en el conocimiento y tratamiento de los fenómenos naturales. Hay que convencernos de la necesidad de sustituir la reacción por la prevención. Y hay que escuchar con más atención y seriedad a los especialistas que lanzan alertas y a quienes se les reconoce su aportación sólo hasta que se viven las consecuencias de no haberlos escuchado. Y, por supuesto, hay que invertir más en investigación científica.

A esto podrían contribuir los legisladores federales si aprueban que el presupuesto planteado para 2014 en los conceptos de ciencia, tecnología e innovación pase de 0.4 a 0.6% del PIB, si se sostiene este ritmo al término de la actual administración federal podría cumplirse la meta de destinarle a este concepto vertebral el 1% del PIB.

Convenzámonos de una vez: sociedad que prescinde o subestima a sus científicos es una sociedad que repite errores, que incurre en olvidos criminales y siempre está empezando de nuevo.

Rector de la Universidad Autónoma de Querétaro

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