La confrontación radical de la que hoy somos testigos en México, muestra que la democracia se ha convertido en un método de combate entre élites políticas y económicas, cuyo resultado se dirime en las elecciones para formar gobierno. La lucha entre estos grupos se da por conseguir el poder, no para instrumentar alternativas u opciones en las estrategias estatales o políticas públicas. Se trata de un procedimiento que minimiza la acción política de la ciudadanía, al reducir su papel al acto de votar. En este contexto, la democracia deviene espectáculo para la mayoría y lucha real por conseguir el poder entre las élites.

Lo paradójico es que los ciudadanos se perciben “libres y activos” porque opinan en las redes sociales. Suponen que su participación es intensa cada vez que dan un “like”, en Twitter o Facebook, para expresar su punto de vista en relación con alguna disputa fraguada entre las clases dominantes, cuando en realidad simplemente colaboran en la construcción digital de su servidumbre voluntaria.

Por otro lado, es importante destacar que la democracia sí tiene lugar entre las élites. Estos grupos sí participan del juego democrático porque de ello depende su posicionamiento para continuar con su enriquecimiento particular. En nuestro país, dos bloques son claros en esta disputa, aquellos que representan una forma de gobernar en la que se favorezca a un cerrado grupo de empresarios interesados en privatizar los bienes públicos, ofertándolos a empresas extranjeras —a las que los políticos en turno, casi siempre están asociados—, representado por el PAN y el PRI, para quienes la población constituye una masa de votantes que solo reacciona de forma pasiva a la política, refunfuñando y quejándose, igual que el consumidor ante las mercancías y los servicios que les desagradan. Y, un segundo bloque, representado por Andrés Manuel López Obrador, no precisamente por Morena, que busca crear una élite económica nacionalista, apoyado sobre una base social pauperizada a la que utiliza para legitimar sus decisiones, a la que le otorga un conjunto de beneficios mediante programas sociales dirigidos a reactivar la economía local. En este sentido, ambos bloques tienen como propósito el fortalecimiento de sus élites particulares, aunque con distintas estrategias y propósitos. En este terreno, los políticos se comportan como negociantes y forman un frente común donde lo único que importa es obtener el poder para la consolidación de sus grupos.

Mientras tanto, el “Pueblo” se regodea con el espectáculo de la democracia, seducido por la falsa idea de que su activa participación política es puesta en marcha en las redes sociales, cuando en realidad su opinión queda grabada en una memoria de tipo digital, en la que algoritmos inteligentes hacen pronósticos sobre su posible comportamiento electoral, que más tarde se traduce en alocuciones personalizadas en las que votar y comprar se convierten en un mismo acto.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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