Hace algunas semanas acudí a dar una charla, como parte de un diplomado sobre Querétaro en el siglo XX que imparte mi buen amigo David Estrada, a quien admiro y respeto mucho por su extraordinario trabajo en diversos frentes que tienen que ver con la información, investigación y divulgación de nuestra entidad, su tiempo y su historia, así como sus personajes.

Acudí a hablar sobre el almacén La Ciudad de México, establecimiento comercial que operó por 135 años en esta ciudad y que estuvo ubicado en el centro de la ciudad y la mayoría de su tiempo en la esquina de las calles de Juárez y Madero.

Abrió sus puertas como un cajón de ropa en el año de 1857 y en el año de 1946 creció a tres pisos, siendo la primera tienda departamental aquí, hasta que cerró sus puertas definitivamente en el año de 1992. 
Setenta años perteneció a mi familia y tuve la oportunidad de trabajar ahí durante 20, desde 1972 cuando apenas contaba con 12 años de edad.

En la charla a la que hago referencia, coincidí con gente, algunos de ellos clientes y otros quienes sus padres lo eran en aquellos años.

Hablé de las referencias sobre dicha negociación en el siglo XIX, tanto de sus fundadores como de los diversos propietarios, hasta que pasó en la primera década del siglo pasado a manos de mi abuelo, quien migró de Francia en la búsqueda de suerte en nuestro país, como parte de una historia que iniciaron el pequeño pueblo de Barcelonnette y México desde el año de 1810.

La plática se volvió un intercambio cuando hablamos de los productos, las marcas, los departamentos y la gente que trabajó en algún momento en el referido negocio.

Fue un cúmulo de emociones y un espacio que abrió la puerta a la oportunidad de agradecer nuevamente a tanta gente y familias que le dieron razón de ser a una tienda que llegó a ser referente en el Querétaro del siglo pasado.

Me recordó cuando los pedidos de mercancía se hacían con la visita de agentes viajeros que traían los muestrarios de temporada con anticipación.

Se establecían vínculos y relaciones personales donde era obligado un café o comida al término de las negociaciones. Muchas prendas de ropa duraban años sin deteriorarse.

El trato con los clientes era estrictamente personal y significaba mucho para todos, en especial para el gran equipo de vendedoras —la mayoría— y para todos quienes laborábamos ahí.

Aprendí mucho, desde la envoltura de regalos como primera responsabilidad hasta la administración general y el posterior cierre cuando el centro de Querétaro hizo lo propio con muchas calles y gran número de negociaciones comerciales dejaron de operar definitivamente, por la falta de clientela y la imposibilidad de acceso.

Las ciudades evolucionan en la medida que lo hace su gente y su sociedad en conjunto.

Van matizando sus épocas, y en el transcurso del tiempo cambian acorde a las circunstancias que se presentan.

Hoy el comercio de mercancías es diferente e impresionantemente eficaz en diversidad y logística gracias al Internet, pero desafortunadamente tiende a despersonalizarse y hace desaparecer mucho de lo que para mi fortuna, pude reencontrar con los asistentes al diplomado que logra mantener vivo un pasado que honra este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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