La exigencia y organización para demandar la ciudadanización y compartir derechos y obligaciones políticas de la democracia moderna, históricamente ha sido relegada en México. Esta condición siempre fue considerada una variable dependiente de la cultura y la educación, alejada del sentido republicano de la virtud cívica y más próxima al privilegio de unos cuantos. Estas prácticas derivaron en la edificación de élites intelectuales que marcaron el rumbo de la opinión pública en nuestro país. En el marco de un fuerte debate puesto en marcha a partir de la confrontación entre el ejecutivo del actual gobierno y Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, aparece la publicación en diferentes medios del desplegado “En defensa de la libertad de expresión”, promovido por ambos intelectuales y firmado por 650 científicos e intelectuales.

Diversas cuestiones deben distinguirse en el contenido de este texto. La primera, es señalar que el manifiesto incluye el apoyo de muchas personas que merecen todo el respeto y reconocimiento a su labor en el amplio sentido de la palabra. Pero, por otro lado, la afirmación de que la libertad de expresión se encuentra bajo asedio, es una acusación delicada por contravenir a los hechos, toda vez que mientras quienes hacen esta imputación expresan su opinión enmarcados en esta libertad. Como afirma Ramón Cossío, nadie les ha infligido este derecho, ni existe ningún cierre o amenaza contra nadie. Por el contrario, su libertad de expresión está garantizada. Otra cuestión a considerar está relacionada con el respeto y la tolerancia de quienes expresan sus opiniones en el actual debate; la descalificación, estigmatización y difamación, es una respuesta que abona poco a la construcción democrática. Un aspecto más a discutir es el “uso” que se hace en esta demanda de temas vinculados a la lucha por los derechos de las mujeres, los reclamos en materia ambiental y los organismos autónomos. Resulta una falacia ya que presentar una comparación con cierta similitud en algunos aspectos para establecer una razón general, pero con características comparativas erróneas, deriva en una falsedad del argumento. Finalmente, es preocupante la frase con la que cierra el desplegado, “No se alimenta el rencor desde la tribuna, sin que el odio llegue al río alguna vez”, tergiversadas interpretaciones pueden realizarse de esta enunciación, desde amenazas hasta inculpaciones que solamente estercolan el escenario.

El fuerte debate al que asistimos nada tiene que ver con el propósito de polarizar a la sociedad. Constituye un signo positivo encaminado a fortalecer el acceso a los derechos de ciudadanía, al desterrar la idea de que solamente unos cuantos tienen la palabra. Hoy, más que nunca, es necesario asumir que la construcción del espacio público solo es posible cuando emerge la pluralidad de puntos de vista y esta acción política no debe confundirse con la pérdida del derecho a la libertad de expresión.

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