Lo reconozco, soy adicta a las noticias, pero esta semana quedé asqueada por tanta barbarie y manipulación sistemática contra la población, de tal suerte que no tuve más remedio que cerrar el ordenador y aclarar mis ideas.

Me parece sorprendente lo que acontece en nuestras sociedades occidentales, sobre todo si tomamos en cuenta que hemos transitado paulatinamente desde el férreo control autocrático hasta nuestras modernas democracias, incluida la nuestra, por más imperfecta que esta sea. Aspiramos a vivir dentro de un Estado de Derecho, entendiendo este como la sujeción de la actividad estatal a la Constitución y a las normas aprobadas conforme a procedimientos establecidos, que garanticen el funcionamiento responsable y controlado de los órganos del poder y la observancia de los derechos individuales, colectivos, culturales y políticos. Desafortunadamente, este ideal se desvanece rápidamente en el entorno mundial y está severamente fracturado en nuestro país.

Solo así podemos entender por qué Querétaro dejo de ser un lugar tranquilo y ahora se ve azotado por una ola de violencia e inseguridad; o que un grupo de “maestros” impunemente, pueda poner en riesgo la educación, la paz y economía de los estados más vulnerables de nuestro país; o que un grupo de terroristas ingrese en una iglesia francesa y asesine cobardemente a un sacerdote anciano; o que nuestros vecinos del norte tengan a uno de los peores candidatos de su historia.

Cada uno de estos hechos pone en riesgo la supervivencia del mundo tal y como lo conocemos y nos acerca más al Leviatán de Hobbes donde “… es manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que los atemorice a todos, se hallan en la condición o estado que se denomina guerra; una guerra tal que es la de todos contra todos"

Ahora bien, nunca como ahora se ha buscado incluir a las minorías dentro de la vida democrática, llegando hasta lo absurdo con tal de ser políticamente correctos, procurando minimizar la posibilidad de ofender a ningún grupo, obligando a que la ciencia, el quehacer político y el académico estén dominados por puntos de vista excesivamente acríticos, con determinados postulados. En nombre de esta “ortodoxia cultural” se ha buscado aceptar todas las aberraciones posibles (nuestros vecinos del norte son expertos en el tema) y en dejar de llamar las cosas por su nombre, este relativismo violenta gravemente a amplios sectores de la población pues subyuga los derechos de la mayoría ante los caprichos de una minoría facciosa, no representativa y cuyos supuestos no son validados ni por la ciencia ni por la ley natural.

Por último, gracias a la reforma política los personajes de la vida nacional, viven continuamente en campaña, buscando afanosamente no salirse de la corrección demagógica, devorando los recursos públicos en una carrera sin fin. Por ello, no toman las decisiones urgentes que nuestro país requiere, ni se deciden a poner un alto a la delincuencia disfrazada de magisterio. Mucho menos alzar la voz contra la amenaza fascista que se gesta contra México desde el país del norte. En parte, porque ellos también son fascistas, se dicen demócratas, pero se consideran superiores al común de los mortales, soportando que sus liderazgos mesiánicos, sean de derecha o de izquierda, no en una vida de coherencia y rectitud, sino en el control férreo de los padrones electorales, violencia y propaganda…

Analista política. anargve@yahoo.com.mx

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