El desaseado manejo presidencial del caso Lozoya no sólo pone en riesgo la posibilidad de que se castigue a los miembros de otras administraciones involucrados en actos de corrupción —como es deseable—; sino que atenta contra la vigencia del Estado de Derecho y el debido proceso.

En las acciones presidenciales no se evidencia el compromiso real de combatir y erradicar la corrupción gubernamental; dar fin a la impunidad; o crear un estilo de “gobierno ejemplar”, apegado a la ley y la justicia.

Todo apunta a un montaje mediático con un fuerte tono de revancha y ajuste de cuentas, orientado a vengar al presidente y a sus cercanos colaboradores exhibidos recibiendo ilícitamente dinero (René Bejarano, Gustavo Ponce, Carlos Ímaz y Eva Cadena); posicionar al presidente y al Partido de Estado (Morena) de cara a las elecciones de 2021 (con el caso Lozoya mejoró 6 puntos la popularidad de AMLO); distraer la atención de la pandemia que, de no modificar la estrategia y quitar a quien la dirige, se cumplirán los peores pronósticos de víctimas; disminuir la crítica sobre la crisis económica que posiciona a México como uno de los más afectados por el torpe manejo gubernamental; y, golpear a los opositores para disminuir sus posibilidades político-electorales frente a Morena.

Sin embargo, en este circo mediático habría que sumar también a actores de la propia compañía del presidente: al trapecista Miguel Barbosa, en su caracterización de gobernador de Puebla; el más gustado, el mago López-Gatell, que en pleno escenario desaparece enfermos y decesos por la pandemia. Y qué decir del escapista Manuel Bartlett y su acto chu, chu, chú, o de los ventrílocuos Ackerman y Eréndira Sandoval; y desde hace unas horas el llamado “niño maravilla” David León, quien luego de dejar el Sistema de Protección Civil para ser responsable del órgano gubernamental de distribución de medicamentos, fue contratado en la compañía, hace unas horas, como payaso. Su actuación estelar fue en el video donde aparece dando dinero al hermano del presidente, Pío López Obrador, para financiar la estructura de Morena en Chiapas, que ha causado ataques de risa loca.

Aunque, se debe reconocer, que al presidente le gustan más los actos de Emilio Lozoya dando dinero. Lo único malo es que la temporada concluye hasta las elecciones, por lo que aún puede incorporar a ventrílocuos, contorsionistas, equilibristas, escapistas, payasos, tragasables, mimos, motociclistas, etc., para distraernos de los grandes y graves problemas que vive el país.

Fuera del circo mañanero y vespertino la realidad es diferente. Lo que en el circo mediático se relativiza, causa risa, desestima, divierte y distrae, afuera genera preocupación porque distorsiona la naturaleza y el objetivo de la ley y la justicia al convertirlas en herramientas de su venganza personal; sustituyendo lo racional y objetivo de la ley en desahogo emocional, subjetivo e irracional.

Los mexicanos deseamos que la ley y la justicia se apliquen a todos, sin distinción —a gobiernos anteriores y al actual—, para castigar a los corruptos, reparar el daño hecho a la nación, resolver las injusticias que se cometieron; y evitar que siga sucediendo, como lamentablemente ocurre en este gobierno.

La maldad no reside en el monto, o que se lo lleven en sobres, portafolios o maletas, sino en la intención y la naturaleza de los actos. Lo que hizo Lozoya es condenable y lo de David León y el hermano del presidente también.

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