El horizonte, la línea que separa el cielo de la tierra, es una referencia espacial que nos ayuda a plantar nuestro ser sobre el espacio que habitamos. Sin embargo, no es una recta sino una curva: el planeta es una esfera irregular. Algunos pensadores han escrito que el horizonte se mueve conforme avanzamos, porque las metas que nos trazamos, una vez alcanzadas, dan lugar a otras, cada vez más lejanas. Nuestro horizonte queda siempre más allá. Así, el ser humano logra hacer realidad sus planes, por ambiciosos que sean.

Una línea es una sucesión de puntos, tan minúsculos y juntos que se requiere una lente de aumento para distinguirlos. Así, los segundos del tiempo otorgado a una vida van formando minutos y horas, que se convierten en años. Si pudiéramos dibujarlos, serían como un sendero visto desde el aire, la línea de una playa, el contorno de una montaña.

Al dibujar, el niño traza curvas para formar figuras. Nada más cercano a los deseos primarios: el seno que ofrece la madre al recién nacido es montaña que se levanta del valle del vientre, es campana que rebosa de leche dulce, es el sustento para el pequeño indefenso, incapaz de sobrevivir por sí solo. Esta imagen queda en la memoria humana para siempre. De ahí que el cuerpo femenino sea, por excelencia, el modelo para los artistas de todos los tiempos.

Algunos pueblos primigenios de México consideraban los cerros como espacios sagrados, dadores de vida, protectores de su espacio. Al construir pirámides, que son cerros artificiales, muchos grupos crearon túneles en la base y depositaron en ellos semillas. Preñaron su construcción con la simiente más valiosa.

Octavio Paz, cuyo legado cada día valoramos más, escribe un canto a la naturaleza y a la pareja humana, titulado “Piedra de sol”, que consta de 584 versos endecasílabos. Este largo poema comienza así: “Un sauce de cristal, un chopo de agua, / un alto surtidor que el viento arquea, / un árbol bien plantado mas danzante, / un caminar de río que se curva, / avanza, retrocede, da un rodeo / y llega siempre: / un caminar tranquilo / de estrella o primavera sin premura, / agua que con los párpados cerrados / mana toda la noche profecías”.

He leído este poema a lo largo de los años. He llegado a comprender, guiada por esta mente brillante y muchas más, que quien busca para sí un actuar sin errores, un cielo siempre limpio, sin lluvia ni tormenta, no adquiere la capacidad de enfrentar la frustración. La vida es una noche oscura con destellos. Muchas veces tenemos que generar, como luciérnagas, la luz que necesitamos para atravesar esa oscuridad.

Jesús Lizano, (1931-2015) poeta catalán que fue profesor de literatura, daba recitales apasionados, y dejó un legado poético de lo que él llamaba Misticismo Literario. De su pluma es este fragmento:

“Mi madre decía: a mí me gustan las personas rectas. / A mí me gustan las personas curvas, / las ideas curvas, / los caminos curvos, / porque el mundo es curvo / y la tierra es curva / y el movimiento es curvo; / y me gustan las curvas / y los pechos curvos  // A mí me gustan los mundos curvos; / el mar es curvo, / la risa es curva, / la alegría es curva, / el dolor es curvo; […] Y no me gustan las personas rectas, / el mundo recto, / las ideas rectas; / a mí me gustan las manos curvas, / los poemas curvos, / las horas curvas: / ¡contemplar es curvo!; / (en las que puedes contemplar las curvas / y conocer la tierra)”.

Neruda, en su libro Cien sonetos de amor, publicado en 1959, escribe: “Desnuda eres azul como la noche en Cuba, / tienes enredaderas y estrellas en el pelo, / desnuda eres enorme y amarilla / como el verano en una iglesia de oro. / Desnuda eres pequeña como una de tus uñas, / curva, sutil, rosada hasta que nace el día / y te metes en el subterráneo del mundo / como en un largo túnel de trajes y trabajos”.

El poeta chileno sintetiza en pocas líneas todo lo que escribí en este texto.

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