Es impresionante cómo esta larga y lúgubre temporada nos ha llevado a conocer más de cerca  la realidad de una crisis mundial cuyo impacto en los países, los pueblos, las familias y las personas has sido y es demoledor. Más aún, no sabemos cuánto tiempo más durará y los daños colaterales que traerá consigo. En estos meses de 2020 somos muchos testigos del final o la cancelación de tanto, particularmente de aquello que había resultado fruto de sueños y anhelos de años para tanta gente. Es cierto que la vida es incierta, pero hoy la certeza de las dificultades es contundente y la pandemia llegó cual derrame petrolero en el más bello de los arrecifes que, en un abrir y cerrar de ojos, quedó como la mejor expresión de la palabra “Desastre”, con todas sus consecuencias.

Sabemos que en la suma del tiempo, esto será finalmente transitorio y quedará en los capítulos de la humanidad dignos de perderse en la memoria, como ocurrió con pandemias anteriores que hasta ahora se rescataron del pasado para comparar estadísticas, coincidencia de fechas y recordarnos que cíclicamente se presentará de nuevo, tal vez en una expresión distinta, pero con la fuerza suficiente para perjudicar de nuevo. Pero hoy, además de las vidas perdidas, las familias rotas, el desempleo, la pobreza y la miseria que afligen a la gente, así como el dolor, el cansancio y el agotamiento que deben tener ya todas las personas con vocación de servicio en los temas de salud, nuestra percepción hacia los temas esenciales de la vida y de la muerte, se van modificando. Hay un valioso aprendizaje y muchas adaptaciones a las nuevas condiciones de vida en lo personal y en comunidad.

Se habla ya de nuevas ideas y tendencias para el desarrollo y el crecimiento urbano. Ha quedado claro también el impacto de las actividades humanas en el medio ambiente, y será inevitable el reconocimiento del valor de cuidarlo si queremos que futuras generaciones tengan expectativa de calidad de vida. La tecnología ya dio un manotazo en la mesa para hacernos saber quién manda en un importante número de quehaceres vinculados con casi todo lo que hacemos en materia de producción, comercialización, salud, seguridad, movilidad y un enorme etcétera. En fin, es irrefutable reconocer que una contingencia de esta dimensión trae en el bolso de atrás un paquete de cambios que varios de ellos serán para bien de la propia humanidad.

Pero no siempre resulta fácil, siguen sumando personas para quienes el mundo se ha terminado al contagiarse y no lograr superarlo. Hay quienes sufren el impacto de otras consecuencias y descalzos no logran transitar lo que parece una vereda de brasas ardientes. Los supervivientes parecen asistir al final de todo y hay quienes buscan afanosamente iniciar de nuevo a partir de nada. Es ahí, donde deben ir dirigidas las acciones y las voluntades de quienes pueden y deben actuar por los demás. Se hace necesaria la conciencia social, no sólo en la prioridad de cuidarnos y protegernos de la pandemia, sino también en todo lo que implica el camino hacia una larga recuperación.   Ojalá y el aprendizaje de esta parte sensible que afecta más la emoción de vida, traiga consigo propuestas e ideas que ayuden a mucha gente a recuperar la fe y a continuar luchando por vivir y sobrevivir en un mundo que afortunadamente nos brinda nuevos amaneceres, con sorbos de esperanza en toda su geografía y en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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