Siempre he sido más del tipo de personas —hijo, esposo, padre, amigo, compañero de trabajo—, que busca provocar movimiento, “que no se está quieto”, diría mi madre; esto es bueno y a veces retador, porque malo jamás. Me explico.

Moverse, provocar cambio, incentivar la participación de los demás, cuestionar el status quo, indagar sobre el orden de las cosas para tratar de identificar la posición que actualmente guarda una situación, una persona o una organización, es algo que sin duda es natural a mi persona. De esto quisiera hoy, en #DesdeCabina, reflexionar, sobre aquellos pros y algunos contras alrededor de provocar movimiento, y al final del día, cambio.

Para empezar, el desplazarse desde una posición actual a otra diferente —es decir, moverse—, tanto en el sentido físico como en el figurado, representa inversión de energía, significa desgaste —podría decir más de alguno—, pero al final, significa activación. En este proceso de arranque se busca romper con la inercia de la inmovilidad, con el hastío de lo establecido e, incluso, con la ceguera de taller, por qué no; en esta etapa temprana, los cuestionamientos a lo establecido, a la identificación de la posición existente, al entendimiento de la condición actual en resumen, permite señalar con claridad “el ahora y el aquí”, condiciones imprescindibles para proyectar una posición deseada, o dicho de otra manera, el visionar un futuro diferente y preferentemente mejor.

Por otro lado, ¿qué implicaciones tiene el moverse, el cuestionar y cuestionarse, el indagar y entender a la competencia, el reconocer aciertos y áreas de oportunidad en el propio desempeño, el compararse con aquellos que han tenido tanto éxitos como fracasos, el identificar las tendencias futuras e identificar los modelos a seguir? Una respuesta, simplista quizá, pero práctica: se despierta la conciencia del cambio —del movimiento—, se identifican posibles escenarios, se abordan someramente aquellos esfuerzos que personal u organizacionalmente habría que desarrollar para alcanzar un posible futuro quizá hasta ahora desconocido. Pero también genera inquietud, inestabilidad, y hasta descontento por lo que no se conoce —a veces puede parecer mejor no saber—, porque en la oscuridad del desconocimiento, cualquier luz puede ser guía, pero ante la luz que brinda el conocimiento y la identificación de futuros, el gran reto es ¿cuándo empezamos…?

Transpirar movimiento —prefiero no llamarle cambio—, provocando incomodidad, temor, incertidumbre y muchas cosas más, puede resultar sumamente riesgoso, puede tener grandes implicaciones personales y organizacionales, puede significar cambiar radicalmente la manera de hacer las cosas, de convertirse en quien más se puede desear, en transformar y transformarse en una gran fuerza movilizadora de otras que pueden reconfigurar las regiones o los países, puede provocar el que se abandone la comodidad de lo establecido para descubrir los límites propios y los ajenos, puede constituir una primera etapa de un viaje que dé sentido a la vida y la organización para la que se trabaja, puede significar trascender más allá de aquello que se conocía como cierto, puede implicar la destrucción y reconstrucción que provoquen un brillo difícil de ocultar o imposible de no voltear a ver. Puede significar muchas cosas, lo importante es moverse y descubrirlo.

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