De veras. Se lo juro. De esto del fiscal y la reforma y el transitorio, no sabíamos nada. Nada de nada.

Bueno, sí supimos algo, pero no entendimos bien. Y luego, supimos y entendimos, pero no se nos ocurrió que era importante. Así somos algunos panistas, un poco lentos.

Mire, le cuento: corría el lejano año de 2013 y la cosa iba de pocas tuercas con el gobierno. Nuestro entonces jefe máximo, nuestro bato entre los batos, nuestro querido Gustavo Madero, había dicho que Peña Nieto sí cumplía (no como el ojete aquel de Calderón) y que se había “cubierto de gloria” con aquello de mandar al frío a Elba Esther.

Con la gloria no se discute, menos cuando hay Pacto, así con mayúsculas, menos cuando nuestros eximios dirigentes andaban bien sonrientes con sus amigos priístas-gobiernistas.

Y no discutíamos. Acá en el Congreso llegaban las reformas y llegaban las iniciativas y llegaban ya bien pactadas y bien arregladas. Ni para qué leerlas. A votar y aprobar.

Bueno, pues en eso estábamos cuando llegó el asunto de la fiscalía y, pues sí, traía el transitorio ese del pase automático, el que promete convertir al último procurador en el primer fiscal. Pero, la verdad, no nos preocupó. A nadie, incluyendo a nuestro hoy infalible líder nacional, Ricardo Anaya. Como dice ahora el partido, “lamentablemente no fue materia del debate el tema del llamado pase automático”.

Es cierto, lamentable, pero inevitable. Las materias del debate surgen por generación espontánea y pues no tocó. Ni modo.

Además, ¿cómo íbamos a saber que la cosa no iba a salir bien? El gobierno estaba conformado por príistas mexiquenses, forjados en el Grupo Atlacomulco, herederos espirituales del profesor Hank. ¿Era obvio que iban a resultar corruptos y que iban a tratar de cubrirse las espaldas? Bueno, sí, pero como andaban en buen plan, no reparamos en el hecho. Además supusimos que el Pacto era como los diamantes, para siempre, y que todo se iba a decidir allí y que estos del gobierno, tan decentes que parecían, no nos iban a meter un cuatro.

Entonces, un año después, cuando nos tocó pasar la Ley Orgánica de la Fiscalía en la Cámara de Diputados, la pasamos. Ya había Ayotzinapa, ya había Casa Blanca, pero seguía habiendo Pacto y seguía habiendo buena vibra y Jesús Murillo Karam, notable jurista autónomo e independiente (salvo en sus épocas de gobernador y de alto funcionario del PRI), no se había cansado aún. Nos pronunciamos por la afirmativa, con entusiasmo. Así nos mandó votar nuestra dirigencia y así votó nuestro hoy secretario general.

Luego llegó octubre de 2016 y la propuesta de convertir a Raúl Cervantes en procurador. Y pues seguíamos medio lelos y no nos pasó por la cabeza que eso era la antesala de la fiscalía y todos nuestros senadores votaron por él. Era cuate y era compa y no caímos en cuenta de que era más cuate y más compa de quien lo había nominado. Como le dije, somos algo mensones

Pero en 2017, finalmente vimos la luz. Nos la hizo ver nuestro ilustre dirigente, nuestro joven maravilla, nuestro gran Ricardo Anaya. Y lo hizo por razones enteramente patrióticas que nada tienen que ver con unos terrenos allá en Querétaro y con una futura candidatura presidencial. Y le creemos. Bueno, creo que le creemos. Le repito: no somos muy buenos para discernir.

El caso es que decimos no al #FiscalCarnal. Así, con hashtag y todo, por aquello de la viralidad. Y no se vale que nos digan hipócritas, porque no lo somos. Sólo somos un poco tontitos y nos toma cuatro años advertir lo obvio.

Ténganos paciencia.

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