El secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma Barragán, anunció que, debido a la pandemia por el coronavirus Covid-19 (SARS-CoV-2), todas las escuelas de educación básica adelantarán y extenderán el periodo vacacional de Semana Santa del 20 de marzo al 20 de abril con el propósito de generar distanciamiento social para disminuir el índice de contagios en México. A su vez la Secretaría de Salud ha solicitado que las personas con síntomas permanezcan en sus casas y solo acudan a los centros de salud en situaciones de verdadera urgencia para no saturar el sistema con casos que no requieren atención hospitalaria. Informaron que el personal médico, principalmente de enfermería ya está listos para atender los casos más graves. La limpieza y desinfección de espacios como escuelas y centros de trabajo debe ser exhaustiva, por lo que el personal de intendencia podrá ser requerido para cubrir turnos fuera de sus horarios normales.

Hasta aquí todo muy bien. Solo que las autoridades han omitido mencionar un detallito: que el cierre de escuelas, el cuidado de enfermos y las acciones de limpieza y desinfección tendrán un mayor impacto en un grupo en particular, las mujeres. Esto debido a que, en México, los roles de género han asignado a las mujeres las labores de atención y cuidado de niños y enfermos. Además, la mayoría de las profesionales de enfermería son mujeres, al igual que de las trabajadoras del hogar y de intendencia en oficinas, instituciones educativas y fábricas.

Las medidas adoptadas por las autoridades para atender la pandemia, aunque necesarias, no han considerado las consecuencias físicas, laborales y económicas en las mujeres mexicanas, especialmente en aquellas con hijos e hijas menores de 13 años y que, debido al distanciamiento social para evitar el contagio a grupos de riesgo, no contarán entre sus redes de apoyo con las abuelas a quienes muchas de ellas confían a sus hijos e hijas para poder trabajar fuera de casa además de que, debido a su rol en las labores de cuidados las mujeres tienen más riesgo de contagiarse. Si a esto agregamos que su presencia en los puestos de poder y toma de decisión de las instituciones es poca. Por lo anterior podemos concluir que en las acciones para combatir esta pandemia no se han tomado en cuenta las necesidades de las mujeres ni se han implementado mecanismos para garantizar su seguridad laboral por ausentarse de sus centros de trabajo para atender a niños, adultos mayores y enfermos. Esas actividades aumentan la carga de trabajo no remunerado para millones de mujeres en México.

De acuerdo con el artículo Covid 19: Los impactos del brote, publicado en la revista The Lancet, “La experiencia de brotes pasados muestra la importancia de incorporar un análisis de género a los esfuerzos de preparación y respuesta para mejorar la efectividad de las intervenciones de las instituciones de salubridad y promover objetivos de equidad de género y salud”. Resulta entonces por demás paradójico, sobre todo después de la experiencia mexicana en 2009 con la pandemia de influenza A-H1N1, que las mujeres no hayamos sido incorporadas en los equipos que toman las decisiones sanitarias para garantizar que nuestras necesidades sean consideradas en los mecanismos de vigilancia, detección y prevención de enfermedades, sobre todo cuando, debido a los roles tradicionales de atención y cuidado, somos quienes haremos frente a la crisis.

Es indispensable que las voces y conocimientos de las mujeres se incorporen en las discusiones de las autoridades sanitarias, responsables de determinar las medidas a seguir, a fin de transversalizar la perspectiva de género en los mecanismos de respuesta y potenciar las acciones que como sociedad realizaremos ante esta crisis mundial de salud. El impacto de nuestra labor para limitar la propagación de la pandemia en nuestro país dependerá de cómo y qué tanto el gobierno de México tome en cuenta a las mujeres.

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