Bien dicen que más pronto cae un hablador que un cojo.

Y es que el tema de la “casa gris” ha escalado de manera vertiginosa. En parte porque fue atendido con una muy mala estrategia, pero, sobre todo, porque rompió con el discurso que tanto ha pregonado el presidente en los últimos años, un moralismo austero y humilde.

El reportaje que salió la semana pasada que muestra la vida de lujos que lleva el hijo del presidente en Houston, Texas, no hubiera causado tanto revuelo, si no hubiese sido porque el mismo Presidente le ha destinado una atención primigenia y especial, rebasando incluso los límites de lo legal y éticamente aceptable.

En primer lugar, fue un error estratégico que el primer mandatario le prestara tanta atención al tema, destinándole gran parte de sus conferencias mañaneras y generando, además, más preguntas que respuestas. Pero lo peor, fue que adoptó una postura defensiva y cerrada, donde en lugar de ordenar una investigación, se fue en contra el emisario, cruzando la delgada línea de la ley, al exhibir en cadena nacional sus datos personales. No solamente dañó la privacidad de esa persona, sino que, además, estableció una batalla franca y directa contra periodistas y medios de comunicación. Todo ello, en medio de un entorno donde México se sigue considerando, uno de los países más riesgosos para ejercer el periodismo.

Está claro que el tema le ha causado dolor de cabeza y por supuesto que él y su equipo están preocupados. Y como no, las encuestas difundidas en la última semana muestran una caída de 10 puntos en su popularidad personal. Ello en vísperas de que se realice la revocación de mandato.

Está claro que la vida privada de los particulares no debe ser objeto de escrutinio público ni mucho menos de la opinión general. Cada quien es libre de vivir y llevar el estilo de vida que le plazca, siempre y cuando los recursos con que lo haga sean de origen honesto y lícito. Pero en el caso particular, al puro estilo de Maximilien de Robespierre en la Revolución Francesa, este asunto terminó siendo para el presidente su propia guillotina.

No olvidemos que, cuando fue candidato y opositor, criticó fuertemente a los familiares de sus antecesores, por sus excesos y el “dispendio”, por lo que ahora es lógico y previsible que la opinión pública le trate con la misma regla.

Pero más allá de esa situación, está el que día a día pregonó, públicamente, a veces en tono reprobatorio e insultante, que las libres aspiraciones de la población, específicamente, de quienes desean tener una buena calidad de vida, son egoístas y ambiciosas.

¿Cuántas veces se le escuchó decir que no era necesario tener más que un par de zapatos, o que, aspirar a una vida de automóviles lujosos y residencias suntuosas era, desde su perspectiva, una actitud inmoral?

De esta manera, el verdadero problema de la “casa gris” no es tanto el escándalo de posible corrupción sino que rompe con el discurso moralista de austeridad y vida humilde que tanto ha difundido, demostrando con ello que, muy en el fondo, el talón de Aquiles de su movimiento y sus partidarios es la incongruencia.

Ni modo, cada quien cosecha lo que siembra…

Google News