El pasado lunes tuve el grato honor de ser recibido por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla con el fin de pronunciar una conferencia “magistral” que mis anfitriones denominaron “Rehacer la República: Límites y perspectivas de la Cuarta Trasformación”. Ocasión oportuna para elucidar el momento político del país y precisar definiciones conceptuales desde un enfoque regional. Disfruté la cálida convivencia de profesores y estudiantes, así como un sorprendente renacimiento cultural de la principal sede del barroco mexicano. El camino de Salamanca.

Hace tiempo que no visitaba la ciudad con propósitos exclusivamente académicos. El título propuesto para la charla es muy cercano al de uno de mis libros: La vía radical para refundar la República. Ahora me pidieron que esclareciera además el contenido y alcances de la 4T. Respondí en primer término que se trata de la culminación de un ciclo histórico que iniciamos en 1988: la transición democrática de México. Esto es, un cambio sustantivo de régimen político que se obtiene por la conjunción de medios pacíficos. En nuestro país ese proceso fue paulatino y deliberadamente encauzado por reformas electorales y movilizaciones populares —como lo convenimos en el Congreso de Oaxtepec de 1995—; aunque tuvo retrocesos y traiciones cometidos por dos gobiernos de derecha.

Decía Luis González y González en su magnífico libro Pueblo en vilo, que en cuestiones de pertenencia geográfica existen tanto la Patria como la “matria”. La primera es generalmente la nación entera, mientras que la segunda es nuestra comunidad inmediata desde la cual vivimos cotidianamente los hechos de la historia y a veces los estertores de gobiernos autoritarios y de prácticas caciquiles.

Los últimos comicios nacionales representan un triunfo extraordinario del sufragio efectivo en un país que, desde Madero, no había conocido elecciones genuinamente democráticas y que apenas en 2006 había sufrido el más cínico de los fraudes. Victoria rotunda que alcanzó el 53 por ciento de la votación y rompió los parámetros dominantes en América Latina, tanto por su legitimidad incuestionable, como por la preeminencia de los principios en la decisión ciudadana.

Es tal la relevancia del cambio ocurrido que cierra un tiempo de nuestra vida independiente y abre las puertas de una nueva era: la 4T, como desde el principio lo previmos y como lo reconoce hoy universalmente la opinión pública. A principios de este siglo hablábamos de una “Cuarta República Mexicana” y de modo más personal de la “Nueva República”. Pensamos que una transformación de este calado debe desembocar en un proceso constituyente.

Muchos opinamos que primero es necesario un esfuerzo de consolidación, pero sin detener la marcha. Impulsando reconformaciones culturales y determinación de objetivos que se pueden alcanzar en corto plazo, para sustentar socialmente actos ejecutivos, reformas legales y modificaciones constitucionales. Todas las que sean estratégicamente indispensables para este período inicial, sin confundir políticas partidarias con acciones de gobierno.

Lo más inmediato, sobre todo en la dirigencia, son conductas consecuentes con los valores públicos que se proclaman, tales como la austeridad, la honestidad y la asunción de parámetros verdaderamente democráticos en el ejercicio del poder. Un ejemplo es la descentralización del poder en el país que demanda una reforma fiscal en profundidad, la que sólo puede lograrse mediante una convención nacional que reúna al gobierno federal con los actores estatales y municipales en términos de igualdad. Cuatro años nos tomó el proyecto de la Constitución de la Ciudad de México. Si estamos de acuerdo en un constituyente nacional tenemos que comenzar formalmente los trabajos ahora mismo.

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