Pedro es un estudiante mexicano en Londres a quien le robaron su celular en esa ciudad. Cuento su historia, porque ilumina la calidad de atención que sigue una de las mejores policías del mundo ante el reporte de un delito rutinario. La crónica sugiere que los procesos son más importantes que el resultado e inspira a la revisión de nuestro sistema de denuncia.

“Me perdí cuando regresaba a casa un domingo. Mientras veía el mapa en mi teléfono escuché una moto detrás de mi. Al levantar la vista, ya tenía encima al motociclista, estiró el brazo, me arrancó el teléfono, aceleró y se fue. Solo alcancé a gritar ‘¡Hey!’

En la cuadra había una persona, quien se me acercó a preguntarme qué pasaba. Él llamó al 999 y lo primero que le preguntaron es si yo estaba herido. Como estaba yo bien, la operadora le dijo que no lo tratarían como una emergencia y que la patrulla podría demorar hasta 25 minutos. Tenía la opción de esperar en el lugar, ir a cualquier estación de policía en otro momento o hacer mi denuncia en su página de internet. Decidí esperar. Platicando con la persona que me ayudó, resultó también ser mexicano: de Cozumel.

A los 25 minutos llegó la policía en una BMW, con la torreta apagada a velocidad normal. Se bajaron de la patrulla un hombre y una mujer uniformados, de unos treinta años. A mí se me acercó el hombre, Se presentó y lo primero que me preguntó fue si era la víctima y cómo me sentía, si no me habían lastimado y si me sentía en condiciones para platicar. Dije que estaba bien.

Me pidió que le contara qué pasó y que tomaría notas. Sacó un vil cuaderno y sin mayor protocolo conté todo. Me escuchó atento y me dijo que era la tercera persona de ese día que reportaba un incidente similar en ese sector. Hizo preguntas sobre la moto y el conductor que no pude contestar. El policía asentía y me decía: ‘Voy a revisar si hay alguna cámara pero lamento decirte que creo que tenemos pocos datos para seguir esto. Si tienes una aplicación para ubicar tu teléfono inmovilízalo y cambia tus contraseñas’. Hasta el final me preguntó mi nombre, mi edad y si quería darles alguna forma de contacto. Me aclaró que con sólo mi nombre podía hablar a la policía y dar seguimiento al asunto. Yo le di mi correo. Todo tomó unos 8 minutos. Para concluir, preguntaron si me sentía seguro para regresar a casa porque ellos podían llevarme. Acepté el aventón. Se despidieron de mí muy amablemente.

Al día siguiente recibí un correo de la Metropolitan Police de Londres en donde me explicaban que con la poca información no podrían investigar y que mi caso estaba cerrado, pero que se podría reabrirse en cualquier momento. Me decían que lamentaban mi situación, que me agradecían mi denuncia y que toda la información que había dado les era de utilidad. Era un correo súper sencillo, pero me hizo sentir que mi caso les importaba.

Desde que me robaron, me la paso contando a todo mundo mi tragedia pero también mi gusto con la policía de Londres.”

La historia de Pedro sugiere que el mejor sistema de justicia penal no es el que lleva los índices delictivos a cero sino el que lleva la confianza al cien; que la policía no solo puede sino, a veces, debe decir: no; y que aún en esas instancias es posible cosechar victorias.

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