¿Quién es realmente Trump? ¿Cómo se comporta? ¿Qué tan serio es cuando promete algo a su electorado? ¿Y qué tan serio es cuando amenaza a sus rivales o contrapartes? ¿Es posible detectar, leer y predecir determinados patrones en su conducta? O, ¿acaso es verdaderamente impredecible?

Esas son solo algunas de las preguntas que muchos se llevan haciendo los últimos años. A veces pretendemos saber cómo responderlas, o al menos en parte. Pero la realidad es que no siempre es tan simple. En lo poco que va del 2020 podemos ver algunas señales que lo muestran.

Por ejemplo, “sabíamos” que Trump no deseaba una guerra frontal con Irán. Esas son las señales que dio cuando en junio del 2019 canceló un ataque contra Teherán o cuando se abstuvo de actuar contra ese país cuando, según el propio Pentágono, fue Irán quien atacó con un ejército de drones y misiles las instalaciones petroleras de Arabia Saudita, el gran aliado de Estados Unidos. “Que se defiendan ellos”. “No tenemos por qué ser los policías de Medio Oriente”.

Todos habían entendido el mensaje. Trump no se iba a involucrar en una guerra en esa región. Por tanto, debemos reconocer que el 3 de enero, cuando ese mismo presidente decidió asesinar a Soleimani—el segundo hombre más poderoso de Irán—quedamos sorprendidos. Era Trump, el aislacionista, el que supuestamente no iba a involucrar a Estados Unidos en una guerra “costosa e interminable”, quien decidió correr el altísimo riesgo que conllevaba eliminar a un militar tan importante y cercano al Ayatola.

¿Desviar la atención del Impeachment? ¿Un golpe electorero? Si así fuese, entonces, ¿para qué detener las hostilidades justo a días de que el juicio político iniciara en el Senado? ¿Por qué Trump decidió no responder cuando Irán atacó directamente a soldados estadounidenses? Entonces, ¿cómo descifrar su toma de decisiones?

Tal vez, su primera regla, es nunca perder la conexión con su base dura. Para ello, hay una siguiente regla: exhibirse como un presidente que cumple. Trump parece entender muy bien a su audiencia, probablemente mejor que muchos. La estadounidense es una opinión pública compleja que, por un lado, demanda el combate al terrorismo, pero, por otro lado, detesta el incremento de tropas para pelear guerras en territorios lejanos. Una opinión pública cansada de conflictos prolongados, “ajenos” y costosos, pero que, al mismo tiempo, castiga a un presidente si éste se muestra débil. Por tanto, dar un fuerte golpe contra “el terrorismo iraní” (las Guardias Revolucionarias son catalogadas por Estados Unidos como Organización Terrorista Extranjera), mientras que al mismo tiempo se evita escalar las hostilidades, se ajusta a las verdaderas necesidades comunicativas de Trump.

Además, Irán no era el único tema en la agenda. Al mismo tiempo estaba el acuerdo “Fase 1” con China. Un acuerdo que nuevamente permite a Trump enmarcar su narrativa en el sitio donde la quiere, justo al lado de la aprobación senatorial del Tratado de Libre Comercio con México y Canadá, o al lado del incremento de presupuesto para construir el muro, o de los nuevos récords en Wall Street, al igual que al lado de las nuevas amenazas de aranceles contra Europa.

El mensaje mayor es que Trump es un presidente que sí cumple con lo que promete. Que cuenta con la fuerza suficiente para amenazar y que sabe cuándo y cómo cumplir con esas amenazas.

Ahora bien, eso no significa que todo le sale como pretende, o que sus contrapartes siempre van a responder como él desea. Hay dentro y fuera de Estados Unidos actores que han aprendido a leerlo mejor. Hay en cambio muchos otros, quienes prefieren adaptarse y mostrarse condescendientes.

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