Los resultados de la elección del pasado 6 de junio, paradójicamente, a todos dejaron satisfechos, a la vez que inconformes. En general, todos perdieron y ganaron. Para algunos las pérdidas fueron mayores que las ganancias, por cuanto a que significó sacrificar posiciones políticas relevantes, o ganarlas en gubernaturas; diputaciones federales o estatales; presidencias municipales; o porcentaje de votos.

Fue notorio el ascenso de Morena que pasó de partido regional a nacional (se presume que con el apoyo de la delincuencia organizada), así como en 18 congresos estatales; pero fuertemente derrotado por el voto femenino y el de la clase media, en su bastión, la Ciudad de México, gobernado por ellos desde hace 24 años bajo las siglas del PRD.

La lucha por la presidencia de la República inicia maltrecha: tanto la oposición como Morena sin candidatos. Claudia Sheinbaum, la preferida de AMLO, y Marcelo Ebrard, quedaron entre los escombros de la Línea 12 del Metro, aunque Claudia fue doblemente vapuleada con la pérdida de 11 alcaldías en la CDMX.Frente a la sociedad, que hizo oír su voz, los partidos políticos tienen diversos desafíos: en la Cámara de Diputados, elevar el debate político y legislar temas vinculados al progreso y bienestar nacional. La incógnita sobre la libertad del partido verde para definir las elecciones de uno u otro lado, quedó despejada con la amenaza de investigarle las transferencias de dinero que hizo al PRI durante el gobierno de Peña Nieto.

Por lo pronto, Morena comenzó ya a dar línea a sus nuevos diputados en todo el país. La agenda señalada por su “intelectualidad”, encabezada por Rafael Barajas, “El Fisgón”, y Epigmenio Ibarra, comprende la lucha a favor de las mujeres (¿?), la ideología de género, los pueblos originarios, y, claro, la clientela electoral.

En los gobiernos estatales, municipales y alcaldías, la prueba será ver si la oposición logra quitarse la loza de corruptos —que AMLO les puso en la pasada elección, y gracias a la cual ganó la presidencia—; y obtienen resultados convincentes en gubernaturas, presidencias municipales y alcaldías. Adicionalmente, tendrán que lograr modelos de comunicación capaces de contactar a las comunidades que gobiernan y hacerse creíbles, para mantener y conquistar nuevos votantes para sus partidos. Un nuevo estilo de gobierno que supere —y con mucho— la media de resultados anteriormente alcanzados, es lo que se espera de ellos.

En el caso de Morena, la gran prueba será ver si saben gobernar; si mantendrán el esquema de 90% honestos y 10% competentes; porque 100% honestos y 100% competentes, no se les da. Así se ha visto en Baja California, Chiapas, Puebla, Tabasco, Veracruz y Morelos (a través del PES). Su nivel ha sido decepcionante.

La competencia por gobernar ejemplarmente será intensa, ya que en 2022 se renovarán 6 gubernaturas (Oaxaca e Hidalgo, por el PRI; Tamaulipas, Durango y Aguascalientes, por el PAN; y Quintana Roo, por el PRD); dos en 2023 (Coahuila y Estado de México, por el PRI); y 9 más en 2024, junto con la presidencia de la República: CDMX, Chiapas, Puebla, Tabasco y Veracruz, por Morena; Jalisco, por MC; Guanajuato y Yucatán, por el PAN; y, Morelos —si a eso se le puede llamar gobierno— por el PES, gracias a Morena.

Mientras tanto, habrá que ver en qué termina la acusación del gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles, al partido del Presidente, en el sentido de que es un narco-partido.

Periodista y maestro en 
seguridad nacional 

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