El 23 de marzo del año en curso inició la Jornada Nacional de Sana Distancia, promovida por las autoridades de salud en México, encaminada a mitigar el contagio del virus SARS-CoV-2 que produce la Covid-19, proteger a la población y evitar la saturación de hospitales. Aunque con modificaciones a esta medida, dirigidas a volver a la “nueva normalidad” a partir del 1 de junio, hoy se cumplen 128 días de aislamiento voluntario. Sin embargo, el número de casos continúa creciendo. Ante estas circunstancias, en las que ningún programa de gobierno es suficiente para detener la pandemia, la participación activa de la ciudadanía constituye una pieza invaluable para enfrentar con éxito una enfermedad altamente contagiosa y de rápida propagación.

Los problemas derivados de la pandemia mostraron de manera descarnada la desigualdad económica y social que padecen la mayoría de las personas en nuestro país. A la par, se consolidó una narrativa que polariza a la población en campos divergentes, cuyos protagonistas son progresistas y conservadores. Ambos abrazan políticas de división y resentimiento en un momento en el que tendría que trasminar un discurso común de solidaridad y anudamiento de la vida colectiva. Los dos grupos ensayan convencer a la población de que su perspectiva es la correcta para acercarse simpatizantes con vistas a las elecciones intermedias de 2021.

Hasta hace apenas unos meses, el individualismo guiaba la existencia de la gente, salvarse a sí mismo era el propósito de cada quien. Paradójicamente, la situación que vivimos nos obliga a girarnos hacia el otro. No basta con cuidar de nosotros para combatir la Covid-19, es preciso cuidar del otro. La disyuntiva de atender el bien individual o el común, la vida privada o pública, quedó en entredicho. Es necesario cuidar lo individual y lo colectivo si queremos sobrevivir a esta pandemia.

La historia revela que el mayor logro de la ciudadanía en México está vinculado a su capacidad organizativa y solidaria para encarar situaciones límite que escapan a las estrategias instrumentadas por el gobierno. La respuesta de la población en 1985 y 2017, es un claro ejemplo de lo dicho. En este momento, resulta crucial la participación y responsabilidad colectiva para disminuir el número de contagios y defunciones. Es necesario establecer una sinergia entre ciudadanía y gobierno que permita superar la crisis de salud y reencauzar la economía a buen puerto.

Muchos de los despotismos que experimentamos tienen su origen en el aislamiento, egoísmo e individualismo ciudadano. En la medida en que estas prácticas se acentúan se observa una creciente pérdida del poder y capacidad para intervenir en las decisiones que involucran la vida cotidiana de las personas y sus comunidades. Crear y proteger el espacio público implica la presencia activa de la ciudadanía. Si existe algo que debilita a la democracia es la impotencia y la incapacidad para actuar juntos por el bien común.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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