En 2005 los hermanos Beltrán Leyva enviaron a Acapulco a un grupo de 250 sicarios a cuyo frente iba Edgar Valdez Villarreal, La Barbie. El objetivo: sacar a los Zetas del puerto.

Los Beltrán, socios aún del Chapo Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa, compraron al subdirector operativo de la policía ministerial, Julio López Soto (un colaborador de este funcionario dijo que le habían entregado un millón de dólares para trabajar “sin problemas”) y metieron en su nómina a algunos mandos de la Agencia Federal de Investigación, que dirigía Genaro García Luna.

Los miembros del ala ejecutora de los Beltrán fueron célebres por su violencia, su prepotencia, sus excesos. Se les conoció como Los Pelones. Gobernaba el puerto el hoy morenista Félix Salgado Macedonio, a quien luego se acusó de abrir la puerta a los grupos criminales.

Tony Tormenta, jefe del Cártel del Golfo, envió a Acapulco 120 gatilleros que se infiltraron por goteo y asesinaron a López Soto. Pasaron luego el mensaje de que lo mismo iba a ocurrirle a quienes se habían repartido el millón de dólares.

La Barbie detectó a uno de los jefes de célula de los Zetas: hombres que llevaban uniformes de la AFI se lo entregaron. Su ejecución fue videograbada. Aquel fue tal vez el primer video del narco que conmocionó al país. La investigación federal, llevada a cabo por José Luis Santiago Vasconcelos, quien luego murió en el avión en que viajaba Juan Camilo Mouriño, culminó con la detención de una docena de agentes del equipo de confianza de García Luna.

Mientras la guerra se desataba en el puerto, el recién nombrado general de División Salvador Cienfuegos fue designado comandante de la IX Región Militar, con sede en Acapulco. Cienfuegos asumió el cargo en junio de 2005: dijo que lo habían enviado al puerto por asuntos de “seguridad nacional”.

Permaneció allá hasta enero de 2007. En esos 19 meses, en Acapulco cundieron los “levantones”, las balaceras, las persecuciones, las bolsas de plástico con restos humanos y el hallazgo de gente a la que habían enterrada viva.

En dicho periodo La Barbie se erigió en amo y señor de Acapulco, al punto en que los Beltrán no lograban ya someterlo.

La DEA afirma que durante la estancia del general en la IX Región se tejieron los contactos que hoy han provocado su detención en Estados Unidos, bajo el cargo de usar su posición oficial como secretario de la Defensa en beneficio del grupo criminal dirigido por Juan Francisco Patrón Sánchez, antiguo operador de los Beltrán —quien se hallaba al frente de las operaciones del Cártel en Nayarit.

El último de los llamados Tres Caballeros, Héctor Beltrán Leyva, fue detenido en 2016 en Guanajuato. Murió en el penal del Altiplano un mes antes de que Cienfuegos dejara la titularidad de la Sedena (la ocupó de 2012 a 2018). Según las autoridades, El H sufrió intensos dolores en el pecho y no respondió a los intentos de animación. Llegó con vida a un hospital de Toluca, aunque no sobrevivió.

En la calle, uno de los miembros de su grupo, Juan Francisco Patrón Sánchez, El H2, operador de droga a gran escala, y aliado con uno de los mayores enemigos del Cártel de Sinaloa, Isidro Meza Flores, El Chapo Isidro, se había convertido desde tiempo atrás en uno de los narcotraficantes más pesados del Pacífico, de acuerdo con los reportes que condujeron a la Marina a su intento de detención, y posterior abatimiento.

El H2 tenía redes, contactos internacionales y una alianza con el fiscal de Nayarit, Edgar Veytia (compadre del gobernador Roberto Sandoval), quien luego fue condenado en Estados Unidos a 20 años de prisión, acusado de proteger grupos criminales.

Durante los primeros años de la gestión de Veytia —a pesar de que el Cártel Jalisco Nueva Generación intentaba meterse en el estado—, el estado vivió en relativa tranquilidad: una “pax narca” solo quebrantada por la movilización constante de hombres armados y encapuchados.

Según el Departamento de Justicia de Estados Unidos, entre 2015 y 2017, el secretario Cienfuegos —da no sé qué escribirlo— conspiró para traficar y distribuir heroína, cocaína, metanfetamina y mariguana; ayudó a evitar confrontaciones entre el cártel del H2 y los militares; persiguió bandas rivales, facilitó las operaciones del grupo criminal del H2, y alertó sobre operativos llevados a cabo por agentes estadounidenses.

Todo eso indicarían mensajes de BlackBerry interceptados por la DEA, que dio al general un nombre clave: El Padrino.

Los boletines emitidos por la Sedena en los años señalados revelan decomisos de droga y detenciones de presuntos narcotraficantes en Sonora, Guerrero, Baja California, Michoacán, Tamaulipas, Zacatecas, Durango, Chiapas, Guanajuato, Yucatán, Jalisco (sobre todo después de que un helicóptero Cougar fue derribado por el Cártel Jalisco con saldo de 18 elementos muertos), Puebla, Estado de México y Sinaloa.

Solo se localiza una incursión en Nayarit, en diciembre de 2017.

Para entonces, la Marina ya había abatido al H2, después de seguirle la pista durante tres meses, en un controvertido operativo en el que un helicóptero disparó 500 tiros por minuto. Se dice que Veytia había abandonado a su antiguo protegido, en virtud de un nuevo pacto con el CJNG. No hay indicios de que durante su investigación los marinos se hayan cruzado con el nombre del general secretario.

Cienfuegos compró un Audi a crédito al dejar el cargo. Sus declaraciones reportan que tenía en el banco un poco más de 13 millones de pesos y que había sido propietario de cuatro inmuebles cuyo precio total rondó 26 millones de pesos. Se le acusa de lavar dinero, pero ese dinero no se sabe aún en dónde está.

Llevaba 50 años en el Ejército. ¿Qué pudo ofrecerle el H2 para convencerlo de que valía la pena coludirse con él? ¿El secretario de la Defensa ignoraba que las comunicaciones pueden ser interceptadas y cambió mensajes alegremente con un jefe de la delincuencia organizada? ¿A cambio de qué decidió correr ese riesgo?

Las cantidades de droga que le acusan de traficar (“un kilo o más”, “500 gramos o más”...) resultan ridículas en vista de su jerarquía.

Cienfuegos fue oficial mayor y manejó durante años el dinero del instituto armado. Como secretario, recibió un presupuesto altísimo.

Mientras el juicio en Estados Unidos da respuesta a los cientos de preguntas que rodean su detención, las fuerzas armadas se han hundido en la crisis mayor de su historia. El golpe propinado puede terminar de rasgar un espejismo que, a pesar de repetidas pruebas en contra desde tiempos de Amado Carrillo y el general Gutiérrez Rebollo, AMLO ha edificado como columna vertebral de su gobierno: el de la supuesta incorruptibilidad del Ejército.

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