Hace unos días, en tono sarcástico, el presidente se refirió a que México aún no arriba a la supuesta “venezolización” de México, tan anunciada por sus críticos. Quienes han analizado y estudiado ambos gobiernos regímenes sí han encontrado semejanzas y paralelismos entre ellos (salvando sus respectivas diferencias): uno creyó asemejarse a Simón Bolívar; el otro a Benito Juárez.

En 2012 (seis años antes de la llegada al poder de AMLO) algunos investigadores y analistas políticos, tras el resultado de las elecciones del 7 de octubre en Venezuela, describieron lo que hasta entonces había sido el régimen político de Hugo Chávez (a trece años de su arribo al poder, el 2 de febrero de 1999). Ello garantiza que no hay ningún prejuicio contra AMLO, que apenas un año atrás, 2011, había fundado su partido y no tenía idea, entonces, de que 7 años después sería presidente.

Estos fueron los rasgos del gobierno de Chávez que en 2012 describieron: emprendió una cruzada contra los partidos de oposición, representantes del imperialismo neoliberal, a los que estigmatizó de “escuálidos”; para él todo lo anterior era malo, por lo que se requería refundar todo; con un lenguaje decadente y procaz dividió al país, mediante prédicas populistas.

En 1999, tres meses después de la toma de posesión, creó su programa dominical “Aló Presidente”, para hacer propaganda política. Todos sabían a qué hora comenzaba (11:00 horas), pero nadie sabía a qué hora terminaba (17:00 horas, promedio). Llegó a transmitirse desde donde el gobierno realizaba obras sociales, desde reuniones de gobierno; invitaba a funcionarios del gobierno a rendir cuentas; desde allí dictaba políticas públicas o instrucciones a los cuerpos de seguridad.

La democracia sería popular; le tocaba al pueblo gobernar, no al presidente. Promovió la creencia de que gracias a Chávez se conquistaría una nueva autonomía e independencia del país, convirtiéndose en un nuevo héroe nacional omnipotente, como Bolívar: con Chávez todo era posible, sin Chávez, nada.

Ofreció lo que nadie, ni él mismo podía cumplir: enriquecer al país mediante el alza de los precios del petróleo, pero terminó hipotecándolo con China. Siendo él la ley, el pueblo y el poder, puso a la vida política, económica y social bajo el control de un régimen estatista, mediante decretos y leyes refrendados por el Tribunal Supremo de Justicia; creó un poder político autónomo dentro del poder del Estado; subordinó y colonizó a los tres poderes, acabando con su división y autonomía; también con la libre expresión y la libertad sindical. Controló más de 5,500 centros electorales, donde el chavismo obtuvo el 100% de los votos. Se impuso como ideología nacional, gracias al apoyo subordinado de todos los poderes y de las Fuerzas Armadas.

En 2012 toda la oposición se unió y organizó electoralmente para vencer en las urnas a Chávez, pero perdieron mediante el fraude. La oposición no encontró ventanillas dónde poner sus quejas. Así hizo creer que era invencible. Igualmente acosó y persiguió políticamente a sus adversarios, llegando a meter a algunos a la cárcel.

Como en Venezuela, hoy vivimos en México una nueva ideología desde el poder: el lopezobradorismo. Chavismo y lopezobradorismo tienen varios elementos inocultables en común: mesianismo, autoritarismo y demagogia, por citar solo algunos. Y se han revestido de populismo, que ha probado su fracaso a través de la historia.

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