Cuando uno ha vivido mucho tiempo, recopila historias contadas por objetos: cuadros, muebles, ropa. Si visitamos a una joven que ha tenido un bebé, al entrar a la habitación, aunque la cuna sea nueva, cuando la vemos llegan a la memoria imágenes en cascada: vienen a la mente los rostros de nuestros hijos pequeños, o recuerdos más viejos: los hermanos o primos a los que dimos el biberón.

Después de mí, hubo siete hermanos. Durante muchos años, tuve primos nuevos, niños que formaron pandillas bulliciosas. Al día de hoy, nos vemos con inmenso cariño. Eso pasa en Querétaro: mi familia era de tamaño mediano. Había muchas con más de diez hijos, sin contar los casos en que un viudo joven con cuatro o cinco niños se volvía a casar, esta vez con una hermana menor de la esposa muerta. Al paso de los años, los hijos de ese hombre eran hermanos carnales, medios hermanos y primos hermanos. Tenían los mismos apellidos, los mismos abuelos; conservaban las propiedades de los antepasados.

A mediados de la década de 1960, mi tía Tere se mudó a una casona en el centro. Estuve presente en la mudanza, la primera en mis recuerdos. Abrimos los enormes cuartos para dar luz a las penumbras; el aire denso por el encierro era difícil de respirar. Detrás de cada puerta de madera, se acumulaban cien palmas benditas y estampas con cédulas de San Ignacio para ahuyentar al demonio. Todavía siento que esos papeles amarillentos se desintegran en mis manos, al retirarlos de las puertas.

El poeta argentino José Antonio Cedrón, que ha vivido en varios países, cuenta su experiencia en este poema: “En esta casa alguien vivió antes. / Dejó clavos de punta en las paredes / la forma de sus manos en un viejo jabón / olores a tabaco, el lavadero sucio. / Huellas poco confiables. / Vivió esperando un ruido que lo llame / desde el amanecer? / Lo imaginó esperando? / Lloró también de frente, aquí, / contra estas puertas? / Qué lloró cómo qué hizo / cuando el sol se le secó en el horizonte? / Qué sintió de esta lluvia debajo del papel? / Humedeció sus miedos el cielo de este techo? / Dudó del calendario con las manos cerradas? / Del amor? / Compró pan en el barrio y fue observado?”

Mario Benedetti, el poeta uruguayo, lo explica así: “Esta es mi casa detenida en el tiempo. / Llega el otoño y me defiende, / la primavera y me condena. / Tengo millones de huéspedes / que ríen y comen, / copulan y duermen, / juegan y piensan, / millones de huéspedes que se aburren / y tienen pesadillas y ataques de nervios. / No cabe duda. Esta es mi casa”.

José Lezama Lima, autor cubano (La Habana 1910-1976), creador de la gran novela Paradiso, que recibió premios y reconocimientos en Europa que el escritor no pudo recibir por prohibición del gobierno, escribió el poemario Fragmentos a su imán, publicado en forma póstuma (1978), del cual tomo este poema: “Hervías la leche / y seguías las aromosas costumbres del café. / Recorrías la casa / con una medida sin desperdicios. / Cada minucia un sacramento, / como una ofrenda al peso de la noche. / Todas tus horas están justificadas / al pasar del comedor a la sala, / donde están los retratos / que gustan de tus comentarios”.

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