Antonio Machado, poeta sevillano (1875-1939), después de viajar reflexionó sobre la condición humana: “He andado muchos caminos, / he abierto muchas veredas; / he navegado en cien mares, / y atracado en cien riberas. // En todas partes he visto / caravanas de tristeza, / soberbios y melancólicos / borrachos de sombra negra, // y pedantones al paño / que miran, callan, y piensan / que saben, porque no beben / el vino de las tabernas. // Mala gente que camina / y va apestando la tierra...”

En estas tres estrofas está explicada la vida. Los viajes pueden ser reales: en autobús, avión o tren. Caminar a la orilla del mar. Lo mismo da, si se tiene la mente despejada; mientras pueda uno mirar, callar y pensar, y al final del día tener un aprendizaje porque no se ha dedicado la tarde a beber el vino de las tabernas.

También podemos viajar a través de libros, películas, charlas con los amigos; todo lo que nos haga pensar y aquilatar el paso del tiempo, con la reflexión que trae consigo. Recorrer las calles de siempre viendo su transformación como si se tratara de un documental, con imágenes superpuestas: aquí vivieron los compañeros de la secundaria. En ese local estuvo la peluquería donde nos cortaban el cabello. En la esquina, había una tienda con dulces en el mostrador.

Y está, por desgracia, la gente que apesta la tierra. De esos tenemos demasiados. Tienen el alma destrozada, el corazón ardiente de rencor, la mente tortuosa y la mano lista para empuñar el arma.

Dejan a los pueblos vestidos de luto. Por los caminos manchados de sangre, pasan caravanas de tristeza. Hombres y mujeres buenos lloran sin cesar. Su dolor nos duele a todos.

Decía Óscar Wilde que el intelectual contradice a otras personas, mientras el sabio se contradice a sí mismo. Más que defender con pasión los pensamientos propios para ganar en una esgrima verbal, uno debería considerar pros y contras, para ver el panorama desde varios puntos de referencia, tratar de comprender lo que el otro observa, desde sus ojos.

Pero yo, que no tengo esas alturas de mira, lo que veo es la tristeza que queda después de las ráfagas de armas de alto poder. Lo que siento es la humedad, el relente que se queda flotando en el aire después de la lluvia. Me siento herida al saber que aquí cerca hay desquiciados con una metralleta, dispuestos a cumplir con su cuota de destrucción y muerte para pertenecer a un cartel, llenar sus bolsas con millones mal habidos y perder la cordura en el proceso. El ser humano quiere trascender y dejar huella. Hay quienes construyen casas mientras sus hermanos siembran maíz, sabiendo que el maestro prepara sus clases y hay conductores de autobús que acercan a los jóvenes a la universidad. Esas acciones son trascendentes. No así la destrucción y el fuego.

Almafuerte, poeta argentino (1854-1917) tenía en la mente palabras en italiano, como sus contemporáneos. Su poema ¡Più Avanti! dice: “No te des por vencido, ni aún vencido, / no te sientas esclavo, ni aún esclavo; / trémulo de pavor, piénsate bravo, / y acomete feroz, ya mal herido. // Ten el tesón del clavo enmohecido / que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo, / no la cobarde estupidez del pavo / que amaina su plumaje al primer ruido”.
Te regalo estas estrofas, que de algo servirán para amainar las penas.

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