Para evitar que se interprete de otra forma, declaro que estoy sana, como todos en mi casa. Esta columna está dedicada a las personas que enfrentan la enfermedad con valentía.

Es el enemigo íntimo: se esconde en un rincón de tu cuerpo, absorbe tu energía, se llena de ti, se vuelve carne de tu carne y sangre tuya. Se hace presente, te provoca un malestar que no habías sentido nunca. Te quita el aliento, te hace gritar aunque el grito no salga de tu garganta y corta tu soberbia de un tajo. Humilde, llegas a la consulta médica. Las pruebas confirman la peor sospecha: células malignas invaden una parte de ti. Tienes cáncer.

Esta enfermedad, en sus múltiples formas, es objeto de estudio de miles de científicos por afectar a un sector significativo de la población y porque representa un gran negocio de las compañías farmacéuticas. Los tratamientos a base de inmunoterapia, quimioterapia y radioterapia significan ventas de millones de dólares anuales en el mundo.

Como varias lesiones, el cáncer provoca una ruptura en la armonía de la familia y los amigos del paciente. ¿Por qué a mí?, ¿por qué ocurren cosas malas a la gente buena?, ¿qué hice yo para merecer este dolor? Estas preguntas se quedan sin responder, dando tumbos en la mente a mitad de la noche. A duras penas se concilia el sueño. El enfermo y sus seres queridos despiertan de madrugada, cuando deberían dormir para recuperar fuerzas. Cada mañana inicia de nuevo la lucha física contra el invasor, se confronta la realidad y se vuelve al campo de batalla.

Alaíde Foppa fue una poeta y activista de raíces guatemaltecas y argentinas, nacida en Barcelona. Estudió en varios países de Europa y vivió en México mucho tiempo, hasta que desapareció el 19 de diciembre de 1980 en la Ciudad de Guatemala. Foppa conoció el dolor de muchas maneras, y desde esa vivencia escribió este poema que habla de la oración: “Dame, Señor / un silencio profundo / y un denso velo / sobre la mirada. // Así seré un mundo / cerrado: / una isla oscura; / cavaré en mí misma dolorosamente / como en tierra dura // Y cuando me haya desangrado / ágil y clara será mi vida / Entonces, como río sonoro y transparente, / fluirá libremente / el canto encarcelado”.

El autor madrileño Jorge Riechmann, profesor universitario y traductor de literatura francesa y alemana, está ubicado por la crítica entre los creadores de la Poesía de la Conciencia. Este poeta ha declarado: “Amar es una aventura de totalidad de la que no se sale indemne”. Cuando su mujer estuvo enferma de cáncer en la médula espinal y pasó largas temporadas en hospitales, Riechmann recurrió a la poesía para enfrentar horas eternas. “Amarte sin regreso” dice así: “Hoy / un día de febrero / aterido de lumbre hasta los codos / has escapado / otra vez / al manto de ceniza / al restregón del cáncer / dispones / disponemos / de un día más / una semana más un año / un día / pero no te equivoques: no se trata / de un último día / nunca te dejes tutear por un tumor / este día ganado es el primero”.
Incisiva, profunda poesía para levantar el ánimo del doliente. Para que no permita que la enfermedad lo doblegue.

En las estrofas de “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines” el gran poeta chiapaneco Jaime Sabines habla de su padre, del vacío que dejó su muerte en la familia, de la desolación y la pérdida. También este poeta arremete con fuerza: “Vamos a hablar del Príncipe Cáncer, / Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata, / que se divierte arrojando dardos / a los ovarios tersos, a las vaginas mustias, / a las ingles multitudinarias. // Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncer / en la raíz del cuello, sobre la subclavia, / tubérculo del bueno de Dios, /ampolleta de la buena muerte”.

Deseo mucha salud a quienes leen mis líneas, a sus familias y seres queridos. Que tengan fortaleza y serenidad cuando llegue la mala hora. Que sean atendidos por médicos capaces con manos taumaturgas. Eso deseo.

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