Desde el primer día que llegó a la dirección de Canal 22, en enero de 2013, Raúl Cremoux empezó a trabajar con la familia.

Sucede que varios programa del Canal Cultural de México, con sede de los Estudios Churubusco, fueron producidos por el yerno de director.

Programas como Satya, Mexicanos Exitosos y Confabulario, y algunos más, fueron realizados por Hari Camino, esposo de la hija de Raúl Cremoux.

Camino es uno de los socios principales de Calypso Media, empresa que firma y factura por los programas. Otro de los socios de esta empresa es Luis Hernández, quien ha sido por años, administrador del propio Cremoux. El tercer socio fue el periodista Rubén Mendiola, quien terminó de la greña con Hernández y Camino y se refugió en el Canal 11 con un programa sobre educación.

En promedio, Calypso Media cobra por programa entre 100 y 150 mil pesos dependiente de lo que se deje cobrar el cliente. La empresa alterna sus actividades en la producción de programas y el manejo de redes sociales.

Hari Camino es uno de los mejores productores que tiene México, trabajó en la sección de noticias de Televisión Azteca y actualmente es director de Efekto TV.

Pero antes de acusar al señor Cremoux de conflicto de intereses, y de cualquier otra cosa, habría que pedirle una explicación sobre Calypso Media y su yerno. Algo tendrá que decir el señor.

Se habla también de la participación de la hija del funcionario, Daniela Cremoux, en este intríngulis, pero eso está todavía por verse.

Fuera de usar suéteres tipo César Costa en sus programas, este columnista no tiene nada contra Raúl Cremoux. Es un señor en todo los sentidos de la palabra, un hombre de buenas maneras, refinado al hablar y no es de los que anda dando manotazos por los escritorios cuando algo sale mal.

Cremoux forma parte de las fuerzas básicas del priísmo en el Estado de México, pero como diría mi madre, nadie es perfecto. Como periodista hay muy pocas cosas que reprocharle, fuera de esos suéteres.

Es un hombre de cultura, de hecho habla mejor el francés que el español. Sus entrevistas para televisión son interesante y entretenidas. Mucho ayuda que Cremoux tenga carisma.

Al Canal 22, por el contrario, se le puede reprochar casi todo. Fue creado hace 22 años y fue una conquista de las fuerzas vivas de la intelectualidad de izquierdas, de los tiempos del difunto José María Pérez Gay, del también difunto Carlos Monsiváis, de la no difunta Elenita Poniatowska, de Paco Ignacio “Mao”-Taibo II y otros.

Es un canal que nació con la vocación de no ser aburrido, engorroso y pedante y en menos de media década terminó siendo lo que criticó: presuntuoso, lento y acartonado.

Desde hace años que el canal tiene problemas laborales y de todo tipo. Los bajos sueldos y las ocurrencias de sus directivos han terminado por fastidiar a su gente.

Hace algunos ayeres este columnista habló de esos camarógrafos que trabajaban con sus aparatos parchados con cinta de aislar, mientras que en la fiesta de aniversario del canal se daba comida y bebida a diestra y siniestra.

De hecho, Canal 22 ha tenido peores tiempos, con el “Mirrey” de la cultura mexicana, Jorge Volpi, quien trataba a los empleados como súbditos.

Que tampoco se olvide que la espada de la censura y los cortes de presupuesto llegaron incluso antes de Cremoux a la dirección del Canal Cultural de México.

De sus programas se puede decir muy poco. Me gusta La dichosa palabra, porque aseguran que todo lo que esos señores saben sobre cultura y lenguaje es verdad y que no cargan “acordeón” en sus grabaciones.

De sus noticieros no hay mucho que agregar, siempre los veo, puntual, y trato de romper mi récord de 10 minutos antes de empezara bostezar y 15 minutos antes de empezar a roncar.

Así de grave está el asunto de la cultura en la televisión: entre el bostezo y la desgana absoluta. FIN

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