La reciente elección nacional, y en particular en Querétaro, nos permite darnos cuenta de las diferencias de modelos políticos, sociales y culturales que confluyeron en la elección, y la respuesta diferenciada de la sociedad, según su experiencia y percepción.

La actitud con la que se votó en Querétaro, y el resultado de la elección, difirió del ánimo con el que se votó en la Ciudad de México. Mientras Querétaro apostó por la unidad y el progreso, la capital del país quedó dividida en dos bandos gracias al odio y polarización promovidos por el presidente a lo largo de su gobierno. Lo que unos festejaron como ganancia, sería una derrota generalizada si esta división y encono prevalecen sobre la unidad, el diálogo, la concertación y el encuentro.

Una gran lección surge para todos —triunfadores y perdedores—: seguiremos viviendo en el mismo país y, por lo tanto, tenemos que acordar juntos la calidad de nuestra convivencia para que esta sea fructífera. Omitir esta decisión, o continuar el camino previo, nos conducirá a ahondar las estériles y dañinas confrontaciones fratricidas.

Pasada la lucha electoral, requerimos construir una cultura que se exprese en una nueva forma de convivir; implantar un nuevo gen en el ADN social y político; una nueva actitud que nos permita trabajar juntos y salvar las diferencias. Este gen cultural implica una evolución conceptual, actitudinal, basada en la vivencia de valores (respeto, verdad, perdón, reconciliación, diálogo, participación, entre otros) y, de principios: respeto a la dignidad humana, búsqueda del bien común, solidaridad, justicia.

Esta experiencia personal con dimensión cívica y social, por cuanto a que cada uno requiere tomar conciencia y asumir esta realidad; a reencontrarnos y trabajar con los demás; y, a la necesaria cercanía y acompañamiento con nuestros elegidos (tanto para guiarlos en la representación de nuestros intereses, como para asumir corresponsablemente nuestro papel en la construcción del bien común).

Como sociedad necesitamos construir espacios de encuentro y comunicación para enriquecer nuestras visiones; acabar con los prejuicios, compartir valores, visiones y decidir nuestro bien juntos.

La principal aportación de esta iniciativa culturizadora sería la búsqueda de la unidad, en la diferencia: descubrir y asumir la riqueza de las diferencias de los otros, e integrarlas armónicamente a nuestra vida personal y social. No podemos aspirar a acabar con la riqueza polifónica de las diferencias con el monocorde sonido de la uniformidad, como ha pretendido AMLO.

La colonización ideológica y el mesianismo no tienen cabida. Nadie puede dictarnos sus caprichos o pretender modelar —a su conveniencia— nuestros valores y creencias. Tanto el Presidente como su equipo deben cambiar su actitud, por bien del país. Pero si no lo hacen, no importa.

Una de las lecciones de esta elección fue el tono en el que la sociedad hizo oír su voz a favor de los equilibrios, del fortalecimiento de las instituciones y contra el autoritarismo de una sola voz.

El occidente de la Ciudad de México requiere reencontrarse solidariamente con quienes quedaron del lado oriental. Es tiempo de incluir a los olvidados —mujeres, jóvenes y pobres— y convertirlos en sujetos del progreso, no en objetos de la dependencia y de la dádiva asistencial.
La nueva clase gobernante tendrá la oportunidad de probar su compromiso con la paz, el progreso y la unidad de los mexicanos.

Periodista y maestro en seguridad nacional

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