Recupero el título del libro que Jacques Derrida publicó en 2003, un año antes de su muerte, para dar nombre a esta columna embargada de luto por el fallecimiento del gran monero Antonio Helguera, ocurrida el pasado viernes 25 de junio, a causa de un infarto fulminante. Nacido en la Ciudad de México en 1965, caricaturista de sátira política en La Jornada y colaborador en Milenio Semanal, Siempre, El Chahuistle, Proceso. Actualmente conducía el programa de El Chamuco TV, producido por Canal 22, Canal Once y TV UNAM, junto a Cintia Bolio, José Hernández, Rafael Pineda “Rapé”, Rafael Barajas “El Fisgón” y Patricio Ortiz.

La experiencia ante la muerte de cualquier ser humano y, de manera vehemente, frente a la de un ser admirado y querido, nos coloca en el final de un mundo irremplazable. Para el provisional superviviente que soporta esta situación, implica la interrupción de un diálogo entre mundos infinitos.

En dos ocasiones, Antonio Helguera se hizo merecedor del Premio Nacional de Periodismo (1996 y 2000). En 2017 recibió el reconocimiento “La Catrina”, otorgado por el Encuentro Internacional de Caricatura e Historieta de la Feria Internacional de Libro (FIL) de Guadalajara. Nunca militó en ningún partido político, pero siempre defendió y luchó por un mundo más justo e incluyente.

Jorge Meneses, uno de los miles de seguidores del caricaturista, escribió en sus redes sociales: “Triste día. Los moneros son como esos amigos que no conoces cara a cara, pero que sientes cerca y que te ayudan a comprender tu entorno de manera lúdica”. Amistad estructurada desde el principio como una deuda ética y amorosa.

Un amigo se va siempre antes que el otro, es la ley de la amistad y del duelo. Ser testigo de la muerte del otro. El superviviente se queda solo para enterrarle, para poner a salvo su memoria, para recordarle y guardar luto por él. La voz tiembla al pronunciar la palabra “adiós” a un amigo que ya no está aquí, que no responderá más. Será necesario traspasar el habla para continuar la conversación infinita con quien ya se fue. Allí, donde faltan las palabras para decirle adiós, lo que retorna es la imperiosa necesidad de volver a aprender de él, de su generosidad.

Con sus cartones retrató la historia política de nuestro país, visibilizó los excesos y abusos de los poderosos, sin perder nunca su maravilloso sentido del humor. Tejió lazos entre la política y el arte, extendió hilos hacia la literatura, la pintura y la escultura, con los que trenzó la trama de una narrativa para confrontar la arbitrariedad del poder.

Helguera siempre fue un aliado solidario entre quienes apostaron y apuestan por modificar una vida de injusticias. Su legado es nuestra herencia y, aunque “la muerte misma, no deja lugar, ni la menor oportunidad, ni al recambio ni a la supervivencia del solo y único mundo, del ‘solo y único’ que hace de cada ser vivo, un ser vivo solo y único”, su retirada se convertirá en la conciencia que despierta. Duele, y duele mucho, la ausencia del trazo crítico, habla plena sin palabra, del monero Antonio Helguera.

Doctorada en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y Posdoctorada por la Universidad de Yale

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