Este término, burnout, fue acuñado en 1974 por el psicólogo Herbert Freudenberger. Puede ser traducido al español como desgaste, agotamiento, cansancio cotidiano. No es un cansancio simple, el de quien enfrenta un reto en un día específico: la cosecha de un huerto, la mudanza de una familia con niños. Este pensador del siglo XX puso nombre a un proceso que lleva a millones de personas a perder la ilusión de alcanzar metas y por tanto un mejor nivel de vida.

Si en la mente de un joven se forjan expectativas que sirven como estímulo para estudiar, si gracias a su disciplina se levanta antes de que suene el despertador, si llega al examen con el conocimiento en la memoria, si repite los ejercicios en la cancha, el experimento en el laboratorio y los diagramas en la pantalla, es porque desea llegar lejos, conseguir un empleo y tener lo mínimo para una vida digna.

El problema es: ¿cuál es ese mínimo?, ¿a qué nos referimos al hablar de dignidad humana?

En su libro Burnout, que habla del alto costo que implica el éxito, Freudenberger inicia diciendo: “Muchos hombres y mujeres que se acercan a mí sufriendo un dolor, me explican que la vida parece haber perdido su sentido. El entusiasmo se ha ido. Se sienten aislados, en medio de familia y amigos. Sus trabajos, que antes significaban mucho, se han vuelto monótonos, carentes de la emoción de la recompensa”.

Me interesa mucho la vida de los millennials, esta generación joven que ha manifestado, en todo el mundo, un colapso físico o mental, causado por el exceso de presión. Anne Hellen Petersen, escritora de The New York Times, publicó un ensayo titulado “La generación quemada”, donde afirma: “...al vivir bajo las reglas del capitalismo, el agotamiento y el peso que conllevan las tareas no resueltas no son, de hecho, algo que podamos curar yéndonos de vacaciones. No es exclusivo de gente que trabaja en ambientes de mucho estrés y no es una aflicción temporal: es la enfermedad millennial”.

Quienes vivimos en regiones en desarrollo, creemos que el ánimo de los ciudadanos de naciones avanzadas será estable y los llevará a un estado de felicidad. Después de todo, viven en lugares hermosos y gozan de una economía envidiable. No es cierto. Muchos sufren lo que Japón y Gran Bretaña pronostican que será la próxima pandemia: la soledad. Ambos países han creado ministerios de estado para atender este problema. En Japón, durante 2020, debido en parte al confinamiento, aumentó la tasa de suicidios en forma preocupante, hasta alcanzar la cifra de 20,919.

Yoshihide Suga, primer ministro hasta octubre de 2021, puso manos a la obra para prevenir que esta situación empeore. 
Petersen menciona la incertidumbre que afecta a los jóvenes y que se manifiesta de tres maneras: agotamiento producido por el uso excesivo de redes sociales, desaparición del ocio para el sano esparcimiento y la carrera de obstáculos en la que se convierte la crianza de los hijos.

Ganas tengo de escribir un párrafo alentador al final de esta columna. No se me ocurre otra cosa que recomendar un rato de paz interior, de silencio frío y líquido, que humedezca al corazón en llamas, para que el incendio que consume al cuerpo se reduzca a pavesas, breves carbones al rojo vivo que nos permitan seguir adelante, sin consumir al cuerpo entero.

Google News