Unidos por la afición al fútbol y por situaciones y problemas semejantes, Brasil y México han vivido y viven hoy condiciones y sucesos que merecen las comparaciones. Aunque en el país sudamericano el balompié es una religión y aquí un negocio que subvenciona a las porras y anima a los aficionados, hoy los dos países experimentan momentos similares y contrastantes.

Brasil ha gozado los destellos de su nueva figura: un espigado moreno que se mueve como sanguijuela en la grama y pone el pie donde debe; algo de lo que vienen padeciendo los mexicanos, frustrados y temerosos.

En México los aficionados y los numerosos intereses que se mueven detrás del popular deporte, están en el desconcierto porque la participación del seleccionado en el torneo mundialista que se celebrará en Brasil el próximo año, es incierta.

Por otra parte, hoy el país sudamericano vive una crisis social que creció como bola de nieve dejando pasmada a la clase política que no sabe como reaccionar ante las gigantescas manifestaciones que de un día para otro se organizaron en las principales ciudades del ahora poderoso país sudamericano.

Hoy México vive signos de incertidumbre en lo económico y en lo futbolístico. Una previsible depreciación de su moneda que viene acompañada de otros efectos que pueden poner a aprueba la estabilidad, es mala señal porque afecta los pronósticos de un impulso a la infraestructura y a las políticas públicas para cerrar la brecha de las desigualdades.

En lo futbolístico hemos regresado a la era de la desconfianza, la falta de mentalidad ganadora, —con todo y que tenemos futbolistas capaces, como nunca antes se habían conjuntado—. El fantasma de la derrota anticipada se dibuja en el rostro del entrenador, impotente, angustiado, desconcertado porque nada le funciona y porque sus piezas no saben coronar los peones en el tablero.

Los brasileños deberían estar felices porque tienen ligadas las fiestas de torneos deportivos, pero no, se lanzan a la calle, no con la alegría de los días de carnaval, sino con el grito de indignación que se ha apoderado de las masas juveniles en varias partes del mundo. Contrasta la actitud pacífica de los brasileños con las muestras de barbarie de los mexicanos que expresan una furia contenida y ancestral. No ha faltado el vandalismo en Brasil, es cierto, su indignación parecería absurda en un contexto de fiestas deportivas.

A las juventudes mexicanas y brasileñas les unen causas similares. Sus proclamas, independientemente de su causas originales, tienen que ver con mejores servicios que los gobiernos deben proporcionar a la poblacion.

Los de allá salen a la calle en cientos de miles y la batucada se interrumpe cuando se enfrenan a la policía. Lograron que se diera marcha atrás al aumento del precio del transporte, pero es sólo el principio. En el movimiento subyace el grito de los jóvenes con reivindicaciones totalmente legítimas. Los de acá son pocos pero traen consigo una furia acumulada por décadas y rompen el piso de la calle para lanzar fragmentos de concreto a los pies de los granaderos.

Aquí, igual que allá, se nos acumularon las grandes competencias mundialistas y por muchos años se pagó la deuda social y financiera. Lo mismo pasa allá: se tuvieron que interrumpir obras importantes de infraestructura para poder terminar estadios y escenarios deportivos. Hay que recordar que estos eventos dejan grandes hoyos y compromisos financieros a los gobiernos. El caso de Grecia ha sido el mas significativo: después de sus olimpiadas, la bancarrota.

Lo de Brasil es un fenómeno que se da por las movilizaciones convocadas por las redes sociales. Hace cuarenta y cinco años en México, el movimiento coincidió también, igual que hoy en varias ciudades del mundo (especialmente entre jóvenes universitarios).

El tema deja reflexiones para todos. Lo que sucede en Brasil es una llamada de atención. El poder de los jóvenes es una asalto en sí mismo para que las autoridades vuelvan la mirada a ese sector, muchas veces menospreciado. En el caso de México las redes sociales han producido efectos diversos en la movilización: desde auténticos movimientos de expresión de inconformidad hasta los llamados al miedo, creando falsos escenarios de terror (como el de ciudad Neza hace unos meses).

Los jóvenes están, y están mas que vivos y sus voces son poderosas, aunque no siempre sus reclamos sean coherentes y alcancen la popularidad. A lo mejor a esta generación de jóvenes lo que menos les interesa son Neymar y el Chicharito, —con la diferencia de que el astro brasileño brilla con luz propia y sin ser simpático cuando el resto del equipo depende de su capacidad goleadora; mientras que el delantero mexicano necesita que lo abastezcan de energía para explotar su sentido de gol y su carisma—. Finalmente, éste era uno de los contrastes, lo de fondo da para reflexionar en serio.

Editor y escritor. Ha sido colaborador de diversos medios de comunicación y director de publicaciones independientes

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