El combate de Avengers. La era de Ultrón no es precisamente entre de los súper dotados de los Estudios Marvel contras los malos que quieren destruir el universo.

La verdadera masacre sucede fuera de la ficción, en la cartelera nacional. La película arribó a los cines con más de 4 mil copias y sucedió lo que tenía que suceder: los súper héroes dominaron por completo las pantallas.

Hasta el jueves pasado, en siete días de exhibición, la película había recaudado más de 434 millones de pesos (28,3 millones de dólares) y más 8 millones de boletos vendidos, lo cual representando el 90% del mercado total. Las cifras son brutales.

La película de la Disney y los Estudios Marvel llegó como llegaron las olas del fenómeno llamado “mar de fondo” a Caleta y Revolcadero, en Acapulco, sin pedir permiso y arrasando con todo.

No hizo falta que los súper dotados echaran mano de sus súper poderes, ni que el señor Hulk se pusiera verde y rompiera los calzones. No hubo película mexicana, ni francesa, ni inglesa, ni de ninguna otra nacionalidad, que plantara cara, no porque no quisieran, sino porque no tuvieran siquiera la oportunidad de subir al ring y retar al adversario.

Nada ni nadie se interpuso en el camino de Avengers. La era de Ultrón, dominaron la asistencia en los cines con los ojos vendados, con una mano amarrada a la espalda y con una pata cojita.

Ha sido la pelea más injusta y amañada desde Manny Pacquiao y Floy Mayweather y no hay autoridad competente ni incompetente que pare esa masacre. Lo que hace Avengers. La era de Ultrón en la cartelera, nacional y del mundo, es dar una paliza monumental sin límite de tiempo.

Por que sin adversarios, con todos los boletos de la rifa comprados, no hay manera de no ganar la marrana. Para los que no entienden de metáforas, ni indirectas semánticas, la marrana es la taquilla de los cines, ¿me explico?

¿Qué diría el Capitán América de todo esto? Él tan preocupado por la justicia y porque sus compañeros traten de no decir groserías mientras destrozan cabezas en androides.

Para los exhibidores internacionales, mafia organizada en estudios, cárteles internacionales del cine, el concepto de libre mercado es muy simple: todo para nosotros, nada para los demás.

Para esos empresarios la democracia se reduce a la presencia de dos o tres películas que sólo están para decorar la cartelera, para que luego no digan que no hay variedad de títulos.

Frente a este paisaje desolado la única libertar que tiene el espectador es la de elegir el complejo de su gusto para ver la misma película.

Ante este panorama la composición de una sociedad se redistribuye: en la cima de la pirámide de consumo cultural se encuentran los que vieron Avengers. La era de Ultrón y en la base, en el sótano, los que no la vieron.

Existe un sector de desterrados, aquellos que no han visto Avengers por alguna razón y no tienen tema de conversación y por tanto nadie quiere platicar ni salir con ellos.

Un tercer grupo es el sector de los anarquistas, los revolucionarios de café, que han elegido no verla y prefieren espulgar la cartelera, para ver una película de arte, sentado en una sala semi vacía, en medio de una docena de asistentes, quienes se miran entre ellos como animales en peligro de extinción.

Para ellos, los ultras del cine, la extrema izquierda, hay una opción: ver una de las películas más bellas que se hayan filmado, La sal de la tierra, del cineasta germano Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado. Documental sobre la obra y la vida del artista de la lente brasileño, Sebastián Salgado. Película sobre la imagen sin movimiento, arrojada a la cartelera plagada de Avengers, para ser devorada, despedazada, sin miramiento alguno. FIN

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