El presidente ha dicho que se puede vivir bien con un par de zapatos, ropa modesta y, si acaso, un carrito viejo; también ha dicho que solo en la pobreza se puede ser feliz y ha tenido expresiones muy severas para referirse a esos funcionarios que gustaban del boato, que se hacían acompañar por ayudantes que les cargaban el portafolio o les abrían la puerta de los vehículos blindados, los ha llamado fantoches.

Sin embargo y aunque parece ignorarlo, está rodeado de personajes cuyo comportamiento es absolutamente distante a la austeridad que pregona; algunos de sus más cercanos pueden ser descritos, sin más, como bon vivants o fantoches.

Apenas la semana pasada, Pablo Amílcar Sandoval, hermano de la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira, acudió a las oficinas de Morena para inscribirse como aspirante a la candidatura a la gubernatura del estado de Guerrero, donde era “superdelegado”. Las imágenes registraron su llegada en una camioneta GMC blindada de modelo reciente, seguida por otra, al parecer de escoltas y con el apoyo de asistentes que bajan su saco del vehículo y se lo acercan.

En mi opinión, la idea de San Francisco de Asís de renunciar a las riquezas para vivir apenas con lo indispensable, no es admirable y mucho menos digna de ser un ejemplo. Pero tampoco lo es la obsesión enfermiza de acumular bienes y menos aún si se hace con base en trampas y a costa de los demás.

Creo que el deseo de superación es uno de los más encomiables del ser humano, la idea de ser mejores incluye no solo lo espiritual sino también el bienestar material y el propósito de darle un mundo más digno de vivirse a aquellos que amamos. Para eso nos esforzamos, trabajamos duro, ahorramos o invertimos.

La revelación del departamento del consejero jurídico de la Presidencia, Julio Scherer, en la avenida Del Parque en Nueva York (más allá de si el departamento le pertenece hoy a su ex esposa), nos permite asomarnos a la realidad de una clase gobernante que impone recortes brutales a los otros, pero vive con derroches que deberían avergonzarlos.

El valor de un departamento en una de las zonas privilegiadas de Nueva York está solo al alcance de los muy ricos del mundo, su precio es casi equivalente al de la famosa Casa Blanca de Angélica Rivera, uno de los grandes escándalos de la corrupción peñanietista.

Pero, además, tener un departamento en Park Avenue reclama de mobiliario, equipamiento y decoración de gran lujo, además de recursos para pagar los altísimos costos de impuestos y del mantenimiento y, para disfrutarlo, de viajes frecuentes a La Gran Manzana en primera clase.

No son pocos los colaboradores de alto nivel que tienen una forma de vida que debería llevar al propio presidente a calificarlos de fantoches. ¿Cuándo dejará de ver la paja en el ojo ajeno?

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