Recién esta semana que corre nos enteramos de la manera como sigue desarrollándose esta terrible pandemia, y en el horizonte parece acercarse de nuevo una nube de tormenta que amenaza con ampliar el confinamiento que nos ha transformado a un enorme cantidad de personas y familias que poco a poco se  hacen acompañar de ausencias, las que irónicamente nos abrazan con mayor fuerza cada día que corre.

Son ausencias definitivas de amigos y seres queridos que han sucumbido ante el enemigo invisible que parece fortalecerse y multiplicarse sin mayor control que nuestros cotidianos afanes de protegernos con todas las medidas que se han ido aprendiendo en el transcurso del tiempo que llevamos enfrentándolo, mientras no se encuentre por fin el remedio para evitar su desmedida propagación. Hay ausencia de poder estar con las personas que enfrentan el Covid en hospitales. Ahí, donde mujeres y hombres con una enorme vocación arriesgan en todo momento su vida y luchan sin tregua alguna para salvar la de otros. Ellos abrazan la ausencia de estar con sus familias y los momentos en que disfrutaban de espacios para restablecer la fuerza. A ellos los abraza el agotamiento, pero también la esperanza de ver a sus pacientes regresar de nuevo a sus hogares.

Hay ausencias de empleo y oportunidades, tan solo crece la dificultad para encontrar otros modos de subsistencia ante los estragos que va dejando la crisis económica que nos muestra un panorama desalentador, mientras a muchos les abraza el fantasma de la frustración y el temor de un futuro demasiado incierto. Sin embargo, es importante reconocer que esta crisis es como un incendio que arrasa un bosque, y a pesar de ser una tragedia, donde árboles se verán reducidos a cenizas, hay sobrevivientes, y en los suelos surgen de nuevo brotes de vida en la flora, representando las nuevas actividades que comienzan a ser una opción económica que pueda traer consigo esos empleos y oportunidades tan anheladas, lo que requerirá de mucho tiempo y esfuerzo.

Aun con la relativa cercanía en las familias, hay ausencia de besos y abrazos, el distanciamiento y la soledad que abraza a tantos, se convierten en algo parecido a un conjuro para detener el contagio de este virus que sigue multiplicándose de nuevo, mientras hay gran cantidad de gente que se afana en desdeñar las precauciones necesarias para disminuir los contagios, y vemos en el horizonte cómo el fin del confinamiento todavía se observa lejano. A todos nos abraza la incertidumbre y la incapacidad de tantos para entender y aceptar la dimensión de un riesgo mayor.

Hay ausencia de sentido común comunitario. En el mundo entero, crece la polarización y la irracionalidad que enfrenta a muchos. Resulta indispensable que haya mayor serenidad para pensar en las posibles soluciones que incluyan no solamente el tema de salud, sino ampliar la perspectiva para muchas otras prioridades como lo son la educación, la seguridad, la economía, la sustentabilidad y un amplio etcétera. Nos abraza un sentimiento de ansiedad cotidiana, de desesperanza ante un presente  difícil y turbulento, que disminuye la posibilidad de lograr heredar un mundo a las nuevas generaciones, en mejores condiciones que el que recibimos en este permanente relevo que la humanidad ha tenido desde su origen.

El precio pagado por la humanidad en la pandemia ha sido impresionantemente alto, incluida la pérdida de cerca de 1.2 millones de vidas hasta el día de hoy. Nos debatimos entre la necesidad de continuar y la de protegernos; entre la importancia de acercar lo deseable a lo posible. Nos abraza la ausencia de saber cuándo y cómo terminará esta terrible contingencia. Ojalá y pronto nos abrace la realidad de ver las soluciones implementándose para que junto con ellas podamos sonreír de nuevo a lo ancho y redondo de este mundo y de este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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