Son seres capaces de crear belleza: música, danza, pintura y todas las artes, solas o en conjunto. Son distintos a nosotros: tienen polvo de oro en las manos y una cámara en los ojos que registra imágenes que los demás no ven, aunque se encuentren en el mismo lugar físico y miren hacia el mismo punto en el horizonte. Sienten de otra forma el ritmo de la vida, paladean los colores de la emoción, perciben el aroma de los sonidos, sufren en carne propia la injusticia o la enfermedad de otros, convierten el dolor de la guerra en expresión artística.

Al enterarse del bombardeo al pueblo de Guernica en el País Vasco, Pablo Picasso dejó la obra que estaba realizando para exponer en el pabellón español de la Exposición Internacional de 1937 en París, y creó una de las pinturas más conmovedoras de todos los tiempos.

Cuando la pude apreciar por vez primera en el Museo Reina Sofía, hace más de veinte años, no pude evitar el temblor que sacudió mi cuerpo. No lloro con facilidad, pero se empapó mi rostro al ver el genio de Picasso reflejado en la pintura que narra el absurdo de la destrucción. Salí de la sala con la congoja untada en la piel, tuve que esperar unos minutos antes de asimilar otras vivencias en el mismo espacio. El arte abre de un tajo la superficie de nuestro ser, toca las fibras del corazón para hacer de ellas una cuerda de guitarra, capaz de tocar una melodía interior que no siempre es dulce; a ratos es dañina y ese daño nos afecta, nos vuelve más humanos, mejor preparados para enfrentar los males de este mundo.

Los aficionados a un deporte van a los estadios para ver en vivo a sus equipos favoritos, siguen los partidos con emoción contenida, aprenden todo lo que está a su alcance sobre un jugador, se estremecen cuando él pasa cerca, cantan el himno de su país con el corazón antes del encuentro y un nudo de emociones aprieta su garganta. Algo similar siento yo al contemplar el quehacer de un artista.

La vida ha sido pródiga conmigo: he vivido décadas de trabajo y aprendizaje en museos, galerías de arte y centros culturales, donde también se ofrecen cursos de creación artística. He conocido a cientos de creadores de arte, he estado en sus talleres y los he visto crear piezas valiosas; muchos de ellos, en épocas de ventura, se han vuelto queridos amigos, tan cercanos a mí que en algún momento he percibido la chispa de energía y luz que nos une. Mentes y sentidos se alinean, se perciben vinculados en forma que es indescriptible.

Algunos artistas plásticos escriben sobre su propia obra. Al explicar su percepción del paisaje, el pintor Doctor Atl (Gerardo Murillo) compuso esta prosa poética: “Sobre tu altura suprema todo es puro, oh montaña: tus hielos, la atmósfera, mi pensamiento. De tu cúspide adormecida en el silencio de la noche, el hombre, como sobre un pedestal, levanta una gigantesca estructura y sumerge en las lejanas promesas del firmamento constelado la inquietud de la mirada. El universo entero derrama sobre el volcán el imponderable fluido —llueve luz— llueve luz del cosmos sobre el mundo y la montaña baja su cima nebulosa infinita del caos pulverizado en soles”.

El gran Salvador Dalí (Eungenio, le llama el grupo Mecano) dio esta respuesta en verso a quienes le preguntaban sobre su inspiración: “Fuente de vida / de noches sin mañanas / yo puedo llegar al surtidor / donde he visto súbitamente / la imagen tan amada / que llevaba grabada / en el fondo de mis entrañas. // Yo sé dónde está / el pan de vida / tan blanco es / que cerrando los ojos / lo continúo a ver por transparencia / pan de vida / yo sé dónde está el horno / en las llamas del cual / he visto prefigurada / la imagen tan amada / de Gala tan amada / horno que las totémicas guirnaldas / le sirven de adorno”.

Este poema, “Metamorfosis de Narciso”, forma parte de su serie Elegías a Gala. Las referencias religiosas son por completo intencionales y provocaron reacciones de descontento en la sociedad española de su tiempo.

Edvard Munch, pintor y grabador noruego, creador del celebre “Grito”, describe así sus emociones: “Paseaba por el camino / con dos amigos / cuando se puso el sol / De pronto el cielo se tornó rojo sangre / Me paré, me apoyé sobre la valla / extenuado hasta la muerte / sobre el fiordo y la ciudad negros azulados / la sangre se extendía en lenguas de fuego. // Mis amigos siguieron y yo me quedé atrás / temblando de angustia / y sentí que un grito infinito recorría la naturaleza.”

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