Arrancaron las campañas, el bombardeo de millones de spots con las mismas promesas recicladas que repiten sin cesar los suspirantes a gobernarnos. Desde anuncios en radio y televisión regulados por el INE y contados por la UNAM se escucha ya la misma cantaleta de todos los años de elecciones, como si fueran merolicos que venden enseres por las calles. “Pásele marchanta aquí le prometemos: combatir la pobreza acabar con la inseguridad, generar empleos bien pagados, pensiones para viejitos, becas para los chavos y programas asistenciales para las madres abnegadas que tienen que estirar los centavos. Aquí le damos más despensas por su voto, camisetas, cemento y delantales. Aquí si le cumplimos, porque no somos corruptos como mi compadre que ya fue gobernador y se llevó todo y ni un huesito nos tiró.”

Promesas vacías de coaliciones aberrantes donde enemigos naturales de la izquierda y la derecha se dan la mano para combatir al némesis común que ocupa el poder que tanto anhelan mientras esgrimen el argumento tramposo de ser candidatos y candidatas “ciudadanas”, como si eso los hiciera uno de nosotros. Alianzas que nos quieren vender a los mismos y las mismas de siempre nomás pintados de otro color. Y no hablar de las chapulinas y grillos que saltaron a otra mazorca para buscar seguir viviendo del pueblo pero ahora desde la oposición.

¡Qué importa que su alianza esté cimentada en la incongruencia si el único propósito es construir un edificio para que se caiga en poco más de 90 días! ¡Qué importa que en cuanto se dé la alternancia vuelvan a enarbolar las banderas que guardaron en un cajón junto con complicidades y acuerdos pactados en lo oscurito! ¡Qué importan la convicción y la congruencia si pueden acceder a las arcas del pueblo!

Arrancaron las campañas y con ellas el despilfarro descarado en espectaculares, camionetas, spots, grupos musicales y bardas multicolores destinadas a convencer a 70 millones de mexicanos y mexicanas que viven en precariedad que ese exceso en publicidad es por su bien aun cuando tenemos a miles de personas esperando recursos para reconstruir sus casas.

Arrancaron las campañas y ya se ve el apoyo descarado de los gobiernos locales a su partido que pintan de azul, rojo o amarillo las calles y plazas con propaganda pagada con recursos destinados a programas sociales.

Ya pululan las fotos retocadas y condescendientes de los aspirantes abrazando viejitos, cargando niños y bailando con mujeres de pueblos paupérrimos y rasgos indígenas. Dándose “baños de pueblo” como muchos de ellos lo llaman y que cambiarán por desayunos con la Coparmex una vez que lleguen al poder.

Y así transcurrirán los próximos 90 días, entre mítines, muertos y debates que más bien son monólogos; entre ataques personales mal llamados “guerra sucia” por aquellos que olvidan que la guerra sucia es un acto de violencia sistemática contra el pueblo perpetrado por el Estado y del que muchos de ellos y ellas son cómplices.

Y así sin averiguar más muchos saldremos a votar, a manifestar con una cruz en la boleta nuestro hartazgo o esperanza. Y guardaremos nuevamente la credencial de elector en la cartera para usarla solo como identificación oficial y nos quejaremos en cafés y restaurantes de los nuevos gobiernos porque otra vez olvidaremos que ejercer nuestra ciudadanía debe ser algo constante en nuestras vidas y no solo hacer fila en la casilla por unas horas un día cada tres años.

Google News