“La reducción del espacio entraña la abolición del paso del tiempo. Los habitantes del primer mundo viven en un presente perpetuo (...) Las personas atascadas en el mundo opuesto están aplastadas bajo el peso de un tiempo abundante, innecesario e inútil, en el cual no tienen nada que hacer. En su tiempo ‘no pasa nada’. No lo ‘controlan’, pero tampoco son controlados por él (...) Sólo pueden matar el tiempo a la vez que éste los mata lentamente”.


Z. Bauman

En una tarde cualquiera, en el bar de la esquina, un reloj marca el tiempo a la inversa, sólo la manecilla de los segundos intenta avanzar como queriendo cumplir con el trabajo de la máquina, pero la falta de energía convierte su movimiento en un loop que avanza y retrocede. Al final de la barra se encuentra un hombre de unos 54 años, se lleva las manos al rostro, se dobla y esconde su cabeza entre ellas. Desde el otro extremo veo que sujeta su celular con las manos ansiosas, temblorosas; escribe un mensaje, pero tarda mucho en escribir una sola línea. Al cruzar palabras con él, narra que está por jubilarse, tenía un empleo importante pero cuando lo perdió terminó por dedicarse de lleno a la docencia.

Momentos después otro hombre de mayor edad entra al bar, no ve a nadie, no habla con nadie, extiende un billete y pide un whisky. Apenas lo recibe, el hombre se lo bebe ansiosa y desesperadamente. Deja el vaso sobre la barra y se va del lugar con el mismo sigilo con el que llegó.

Minutos después, el hombre de los mensajes de texto se retira del lugar, dice que sólo va a “checar” y que regresa en un momento.

En una misma ciudad, en una misma zona pero en otro espacio, en el espacio inconquistable, un hombre grita fuerte mientras camina en medio de la calle y en sentido contrario al flujo vehícular. Es un hombre con un rostro impreciso, con pies negros, con vestimenta pesada. Es un hombre que se levanta súbitamente de la banqueta y que al ponerse en marcha va arrastrando su humanidad, su historia.  Arrastra el tiempo, o más bien, el tiempo lo arrastró a él. En su cuerpo lo va cargando, no lo soporta, intenta deshacerse de todo, por eso grita, se lamenta, llora. En su paso golpea coches con la mínima fuerza que aún guardan sus puños y su rabia. Se desplaza, grita una misma frase incomprensible. Pero la trayectoria de su lamento conquista el espacio; todos reaccionan pero se mantienen impasibles. Salen de sus negocios, de sus casas, todos lo vemos pasar. Nadie se acerca, nadie pregunta…

En la misma ciudad, pero no en la misma zona, me encuentro con Jaimito. En él, ni el espacio ni el tiempo han modificado su apariencia. Sigue siendo el mismo muchacho que recuerdo desde niña.  Para él, los relojes no significan nada, para él, no existe la necesidad de conquistar nada. Porque para él el tiempo existe en exceso, y a diario lo desgasta para que éste no acabe con él.

Pero en el mismo lugar en donde el reloj marca las horas  a la inversa, pareciera ser que al interior de ese bar el tiempo domesticó a sus clientes. Porque el hombre regresó de checar (en otro reloj que marca los ritmos de trabajo de una jornada laboral inexistente para él), y se volvió a sentar en el mismo banco, ordenó el mismo trago y la misma canción. Volvió a sacar su teléfono y con la misma parsimonia, escribió otro mensaje. Momentos después, el mismo hombre de mayor edad también regresó al bar, volvió a pedir un whisky, y con la misma ansiedad y desesperación, lo bebió al instante. Las acciones y los impulsos se repiten.

Para estos y para muchos otros hombres, el bar (o la calle, o el refugio inventado) es el espacio donde el tiempo existe a plenitud, donde no se puede hacer otra cosa más que gastar las horas, gastar los pensamientos, los deseos, las frustraciones laborales; gastar los momentos libres. Porque no saben qué hacer con su tiempo, no tienen a dónde ir, por eso prefieren matar el tiempo a la vez que éste los va matando también.

Twitter @CDomesticada
Piedad es artista visual con maestría en
 Diseño e Innovación en Espacios Públicos. 
Actualmente es profesor de cátedra en el 
Tec de Monterrey campus Querétaro.

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