Los últimos días no he podido percibir la vida de otra forma que no sea sino a través del tiempo. Mis trayectos, mis rutas y mis cotidianidades no pueden describirse más que observando el tiempo que transcurre, el tiempo que nos atrapa, el tiempo que se acumula y el tiempo que nos detiene.

El tiempo que transcurre. En un día soleado cuatro personas duermen mientras son transportados. Sus cabezas tímidamente bailan posándose en los hombros de su compañero de asiento. De vez en cuando abren los ojos para reconocer el lugar, pero el cansancio los vence y nuevamente sus pesados párpados caen para desconectarlos del mundo. Los observo a todos, pienso en la historia de cada uno de ellos. Una mujer joven intenta recargar su cabeza sobre una ventana sin vidrio, entre sueños su nivel de conciencia le indica que no hay soporte y debe frenar sus movimientos. Pero es imposible, el peso de su cuerpo hace que saque la cabeza por la ventana poniéndola en riesgo.

Hay tres hombres, todos de mediana edad, que se bambolean con cada tope o freno. Reconstruyo un día de sus vidas, la hora en que diariamente deben salir de la cama para salir a trabajar. Seguramente han dormido mal, han comido mal, han gastado más energía de la que su cuerpo puede producir. Están cansados, agotados, debilitados. Y el tiempo transcurre mientras las jornadas pasan, mientras las distancias se acortan y sus cuerpos luchan por mantenerse conscientes, pero no pueden. Tiempo diluido que le roba tiempo al tiempo.

El tiempo que nos atrapa. En un día con la puesta del sol encima, dos hombres duermen a cielo abierto. Apenas los separa un par de calles. Duermen sobre la banqueta, sobre la tierra, pegados a los estanquillos de comida; seguramente buscando refugio, estar menos expuestos. Pero no, todos los vemos. Cualquiera puede hacerles daño, cualquiera puede vulnerar el tiempo que los atrapó. Son hombres que, por las condiciones que saltan a la vista, debieron haber perdido mucho, o todo. Son hombres que encontraron respuestas en la embriaguez y ahora no pueden vivir de otra manera. No pueden ni quieren vivir en la realidad en la que todos coincidimos, la misma donde a diario se tiene que salir a trabajar o estudiar, cumplir con obligaciones y responsabilidades, hacerse cargo de uno mismo. No, a ellos el tiempo los atrapó y no los deja salir del abrazo diario en el que las horas transcurren entre el primer trago y la siesta en cualquier sitio de la calle. Son hombres vencidos.

El tiempo que nos detiene. Los relojes que determinan los horarios no son otra cosa sino máquinas que marcan los ritmos. Es ése el tiempo que nos detiene, que nos limita. ¿Por qué no deshacernos de las horas, de los rituales diarios, del sol y la luna? No somos libres, nunca lo hemos sido. Estamos condicionados por el día y la noche, por los horarios de los establecimientos abiertos, por la soledad de las calles. El tiempo que nos obliga a establecer programas diarios convirtiéndonos en autómatas sin remedio, en donde nuestra única recompensa es detener el ritmo para soñar.

El tiempo que se acumula. No hay lugar, ni personas, ni objetos que no registren el tiempo acumulado. Las marcas del tiempo se transforman en grietas que se apoderan de los muros y los traspasan en un intento por derrumbarlos; las puertas se oxidan, se quiebran. Las personas cambian, se transforman. Nadie resulta inmune al tiempo. Los cuerpos se 
deshidratan, se hacen flácidos, se encorvan, se debilitan, y la mirada se va extraviando en un esfuerzo por comprender y anticipar la desconexión con este mundo. Las mentes se desorientan y los cuerpos mueren. Y los objetos pierden su olor a nuevo. En el proceso de uso se van desbaratando, rompiendo, desgastando, van convirtiéndose en objetos olvidados, despreciados, abandonados. Algunos terminan en basureros, otros sepultados en cajas que nadie abrirá. Sólo se salvan aquellos objetos a los que el tiempo les imprime carácter y los dota de valor convirtiéndolos en antigüedades. Porque aquí el tiempo no se diluye, se acumula.

Pasan los días y mi frustración crece, pero intento vencerla pensando que al menos desgasto el tiempo en las horas que uso para transportarme; mientras sigo observando a gente más cansada que yo,  más atrapada que yo, más vencida que yo.

Contacto: Twitter @CDomesticada
Piedad es artista visual con maestría en Diseño e Innovación en 
Espacios Públicos. Actualmente 
es profesor de cátedra en el Tec
 de Monterrey campus Querétaro.

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