¿Nostalgia del año que acaba de terminar? Para nada. Fue muy cargado y pesado, nacional como internacionalmente. Además, por un compromiso adquirido con el público del Museo de Memoria y Tolerancia, me tocó dar un ciclo de conferencias sobre las atrocidades que comenzaron en 1914 en Europa y siguen hoy en día en el Oriente Medio: les deseo la paz a sirios y yemenitas. Por eso tuve que leer y ver muchas cosas terribles sobre las vidas machacadas por las locas construcciones/destrucciones de la Historia, crímenes contra la humanidad, genocidios, torturas, bombardeos masivos contra poblaciones civiles inermes, y, en nuestro México, matanza cotidiana de mujeres, niños, infantes. Todo esto alimenta mi pesimismo. Me siento próximo a mi hermana, a mi hermano humano y, colectivamente, me siento perdido, en un caos donde los humanos somos, abominables, incapaces de aprender algo. Dolorosa contradicción que no se ve cómo resolver. ¿Por la vía política? ¡Ojalá! Pero, si no se puede negar el papel decisivo de los grandes dirigentes sobre el curso de la humanidad, por desgracia, muchas veces, aquellos nos llevan a la catástrofe.

Se perfila un desastre apocalíptico, en el cual la humanidad ha participado en el desastre climático. El año 2019 acumuló todos los récords con máximos históricos de CO2 y altas temperaturas; la deforestación y otros cambios en el uso del suelo aceleraron el fenómeno y el dirigente brasileño Bolsonaro es el símbolo de la mortífera inconciencia. Manuel Rodríguez Rivero tiene la razón cuando escribe: “Leo que la actual concentración de CO2 en la atmósfera es la mayor de los últimos tres millones de años. A este paso quizá podamos asistir más pronto que tarde al apocalipsis… Para qué necesitamos películas de zombis si el futuro que hemos ido preparando se presenta más espectacular que cualquier escena cósmica imaginada por William Blake”. (Babelia, 30 de noviembre 2019).

Sin embargo, la lucidez, frente a los retos que nos esperan en el nuevo año y en los siguientes, no debe condenarnos al pesimismo absoluto y mucho menos a la resignación de brazos cruzados. El año 2019 terminó con el prodigioso mensaje que nos dio David Huerta al recibir el Premio de Literatura de la FIL, en Guadalajara: El mejor poema del mundo:

“¿Y quién es el autor, quiénes son los autores del mejor poema del mundo? Es una pregunta maliciosa o inocente. No tiene una respuesta precisa pero un modo de responderla está en la palabra que designa a la primera persona del plural: nosotros. Nosotros somos el autor, los autores del mejor poema del mundo; nosotros: la tribu, el grupo humano, la comunidad que formamos a lo largo de los milenios”. Y más adelante, nos dice: “No podemos desligar el mejor poema del mundo del sitio donde se halla. Atacar la poesía es atacar la mente humana, es decir: la inteligencia, la imaginación, la capacidad de discernimiento, las fuerzas de la crítica y el juicio”.

David Huerta habla “del sitio donde se halla”. Ciertamente, somos ciudadanos del mundo, pero, primero, nos hallamos en un sitio que se llama México y en un momento que necesita, más que nunca, inteligencia, imaginación, discernimiento, que debe movilizar las fuerzas de la crítica y el juicio. Imaginar, sentir, pensar en lugar de sufrir, resignados a las calamidades del tiempo. El poeta nos advierte que “renunciar al pensamiento y al lenguaje articulado en los altares de la obediencia ciega, del irracionalismo que convierte a la tribu en un rebaño, manso o feroz, según convenga a los poderosos, significa renunciar a la humanidad misma”.

Más allá de toda inconformidad constructiva, desacuerdo razonable, debemos como hermanos, en nuestros hermanos para lograr “justicia, ley: en el centro, el brillo fecundo de la verdad”, la verdad que nos hará libres, como dice el evangelista Juan. ¡feliz año!

Google News