Ana Díaz fue solo “la esposa del director del Conacyt” durante la conferencia mañanera del 21 de octubre, y las horas de ataques que vinieron después. En los titulares de prensa ni siquiera imprimieron su nombre. Es académica, investigadora, científica social, pero en las notas era solo “la corrupta” esposa de un varón, que sí fue llamado por nombre y apellido, aun para acusarlo.

Ana no es un addéndum, ni un apéndice. No piensa por medio de otro, aunque ese otro sea aquel con quien duerme. No es la extensión de alguien más, no es el pedazo de aire que no respira otro, no es solo “la esposa de” alguien. Pero estaba semana lo fue.

Doctora en sociología, especialista en sociología política, democracia, gestión de gobierno, investigadora del CIDE desde 2011 y 15 años antes, de la Universidad Autónoma de Querétaro, profesora universitaria, fue reducida a una lámina, como “la esposa”, en el foro político con más audiencia del país, la conferencia matutina del presidente, un foro donde no es la primera vez en que se refieren a una mujer solo como la esposa de alguien.

La titular del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), María Elena Álvarez Buylla, utilizó el nombre de Ana para mostrar que estaba bien eliminar los fideicomisos, porque eran instrumentos financieros plagados de corrupción. Dijo, en resumen, que Ana fue nombrada como “gerente de un consorcio” en Conacyt, cuando su esposo Enrique Cabrero dirigía el Consejo, que allí hubo viajes carísimos, se gastaron 392 millones de pesos, que el proyecto que dirigió fue tan terrible que se abrió en 2017, debió cerrarse en 2018, y los investigadores se quedaron sin un sitio para laborar.

En registros públicos, busqué documentos sobre los dichos de Álvarez Buylla. El ejercicio me permitió constatar que la directora del Conacyt no está informada, o decidió presentar al país información fácilmente verificable como falsa.

Primero, encontré que el Centro que Ana coordinó no era un “centro”, una institución o un edificio, sino un programa en el que varias universidades se organizaban para hacer trabajo académico en conjunto. Había un proyecto para construir un edificio, que inició antes y se canceló después de la gestión de Ana, pero no quedaba bajo el área que ella coordinó.

Después, hallé que no la nombró su marido, sino un consejo de siete directores de instituciones académicas. El marido no formaba parte de ese consejo. Ella no realizó los viajes que mencionó Álvarez Buylla, ni cobraba por ser la “gerente del consorcio del Centro”, porque el puesto era en realidad una coordinación académica, con el mismo sueldo de investigadora del CIDE que tuvo antes, durante y después de su nombramiento como “gerente”.

Aunque tenía el título rimbombante de “gerente del consorcio”, que parece como de alto nivel en una empresa, Ana no manejaba el dinero, no cobraba los millones que aparecieron encima de su nombre en la lámina en Palacio Nacional, no recibía prestaciones laborales como “gerente” y no firmaba cheques ni órdenes de pagos, según ella misma me dijo después.

En su exposición, Álvarez Buylla dijo que el centro debió cerrarse en 2018. Pero un boletín de cuando ella ya dirigía Conacyt, muestra que en marzo de 2019 aún seguía funcionando.

Cuando la nombraron como “gerente”, en 2017 y por un periodo de un año, Ana cumplía ya 12 como miembro del Sistema Nacional de Investigadores, y cinco como nivel II de ese sistema, que reconoce a quienes aportan a su disciplina, con trabajo académico que obtiene repercusión internacional.

Después de la mención en Palacio Nacional, Ana dice que recibió cientos de mensajes con ofensas, insultos, acusaciones y ataques. Decidió no responder a ninguno. “Quisiera vivir en un país donde a las mujeres no se nos juzgue a partir de nuestros cónyuges”, me dijo.

Ana trabaja en el CIDE. Ha sido una crítica a la extinción de los fideicomisos y a algunas decisiones del gobierno obradorista. Dice que el paso por la mañanera ha sido un trago amargo, pero no dejará de hacer el trabajo que hace, de expresar lo que piensa, ni de ser quien es. Ana no es una sombra. Tiene voz y criterio propio, como debemos tener todas.

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