Ayer le preguntaron al presidente López Obrador por qué se había reducido el presupuesto para la conservación de la vaquita marina. Respondió como muchas veces en muchos otros temas: “no quiero decir (que es) falso porque luego se enojan mucho, pero no es del todo cierto, y vamos a presentar hoy la información”.

La declaración coincide con varias noticias relevantes sobre el tema. La Unesco ha declarado el hábitat de la vaquita, Patrimonio Mundial en Peligro. Los pescadores han anunciado que ante la falta de apoyo, volverán al mar a pescar y hoy se estrena en cines de Estados Unidos la película Sea of Shadows (Mar de Sombras) en la que he tenido el privilegio de participar. Es un documental que exhibe la corrupción, el crimen organizado trasnacional, la violencia y la pobreza como factores que explican que la vaquita marina esté al borde de la extinción.

El martes fue la premier en Nueva York. El miércoles en Los Ángeles. Sendas ovaciones de pie de la audiencia. En la función en Hollywood estuvieron presentes, avalando y elogiando la cinta, la legendaria Jane Goodall, figura central del conservacionismo y heroína viviente en Estados Unidos, y el poderoso y famoso actor Leonardo Di Caprio. Durante la semana, el New York Times eligió Sea of Shadows como su recomendación de la crítica, Los Angeles Times publicó un artículo aplaudiéndola y la cadena televisiva ABC divulgó un reportaje de ocho minutos exponiendo el documental. En México se estrenará en mes y medio.

El presidente López Obrador tiene frente a sí la posibilidad de anotarse, con relativa facilidad, un éxito ante al mundo, algo que le cosecharía el aplauso internacional. Pero puede también desdeñar el asunto, conducir a la vaquita marina a la extinción y, al hacerlo, poner a los pescadores mexicanos ante la posibilidad de un embargo comercial como sanción extranjera.

Hoy, la región de la vaquita está más fuera de control que nunca. Los cárteles dominan y extorsionan a la población, la vigilancia oficial ha bajado, las autoridades están corrompidas por los traficantes de especies, las ONG ambientalistas han sido atacadas y se han visto obligadas a huir, y los pescadores que el sexenio pasado recibían 3 mil pesos mensuales de compensación a cambio de no salir a pescar para proteger a la vaquita, desde que llegó el nuevo gobierno federal ya no reciben nada, por aquello de que los programas sociales eran todos corruptos. La falta de esta compensación orilla a los pescadores a salir al mar, sin orden ni permiso, para tener qué dar de comer a sus familias. Es casi un gobierno que está empujando a la población más pobre a pasarse del lado de la ilegalidad, coludirse con los criminales, pescar lo prohibido y, sin desearlo, extinguir una especie.

¿Por qué digo que es relativamente fácil solucionar el problema? Porque la vaquita marina no está nadando por los mares del país: vive solo en un pedacito del norte del Mar de Cortés. Así que el gobierno puede encabezar un feliz experimento. No hay que vigilar todos los mares, sólo un cachito. No hay que sacar de la pobreza a 50 millones de mexicanos, sino a 4 mil pescadores. No hay que contener la violencia en todo el país, sólo en dos pueblos costeros. No hay que desarticular a todas las organizaciones criminales, sólo meter al bote a las cabecillas del recientemente creado Cártel del Mar. No hay que buscar cargamentos de droga por todas las carreteras de México, sino sólo sellar el camino de San Felipe y Santa Clara a Mexicali por donde pasan los buches de totoaba en hieleras.

El gobierno tiene frente a sí la posibilidad de conseguir un caso de éxito que sea valorado internacionalmente, una muestra de que frente a todos los grandes problemas del país —que se sintetizan en el área de influencia de la vaquita marina— hay salida. Podría ser hasta un impulso al ánimo social. Ojalá lo vean así.

historiasreportero@gmail.com

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