En la semana, durante una de sus conferencias matutinas, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se mofó de algunos de sus opositores, quienes impulsaron una inconformidad ante Estados Unidos de América (EUA) por la política energética que la llamada 4T conlleva en la actual administración federal. ¿Cómo se aprecian el gobierno y el mandatario con esta acción?

Con la canción “¡Uy, qué miedo!”, de Chico Che, López Obrador se burló de la inconformidad anteriormente mencionada, que al ser recibida por las autoridades estadounidenses y canadienses, también las incluía en el proceso de revisión de la solicitud presentada. Dicha inconformidad denuncia que la política energética del Gobierno Federal perjudica al actual acuerdo comercial tripartita entre México, EUA y Canadá.

Hemos visto a lo largo de estos poco más de tres años y medio de la administración federal, que al mandatario mexicano no le preocupa el medio ambiente. Prueba de ello son las obras insignia de su gobierno: el Tren Maya, que ha devastado grandes espacios de áreas verdes, ecosistemas y ha desplazado a su fauna; y la refinería Dos Bocas, que tiene como propósito aumentar la producción de barriles de petróleo. Por ende, es nítida la apuesta del presidente a las energías contaminantes en vez de las limpias y renovables, situación que se agrava si integramos a este escenario la falla de México con los acuerdos internacionales en materia medioambiental, pero también la crisis del cambio climático.

Pero más allá de ese evidente hecho, un punto medular de la respuesta del presidente mexicano es su forma de hacer política. López Obrador es un político que podrá ser buen comunicador para sus seguidores al utilizar esa narrativa que logra cautivarlos. Sin embargo, carece de ese tacto político y de esas maneras de hacer política que se basan en el respeto, la diplomacia y lo institucional.

De lo anterior podemos encontrar una serie de pruebas desde que comenzó su administración. Hace unas semanas, emitió públicamente un chantaje hacia el presidente de EUA, Joe Biden, para que invitara a Cuba, Nicaragua y Venezuela a la Cumbre de las Américas. Mucho se ha hablado del tema. La “solicitud” bien se pudo haber hecho, pero por los canales adecuados y diplomáticos, no de la manera en que el mandatario mexicano lo hizo. También recordamos la respuesta que entregó al Parlamento de la Unión Europea, en la que les llamó “borregos” a los eurodiputados.

Y más atrás, poco antes de convertirse en Presidente, durante la campaña de 2018 se burló de Ricardo Anaya llamándole “Canallín”. Mucho se podrá decir del panista, no hay duda alguna, pero lo que emitió López Obrador en ese momento no fueron argumentos, sino un ataque directo a su contrincante. El respeto es la base de las relaciones y también de la política, sobre todo de las oposiciones. Pero eso es algo que en México todavía no se comprende.

En esta semana vimos cómo se mofó de un canal y recurso legítimo y democrático de los empresarios, así como de la sociedad civil. Si las mismas autoridades y representantes de la sociedad desacreditan a la misma sociedad y sus facultades democráticas, ¿qué futuro hay con personajes de esta naturaleza para el bien de un país?

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