Desencanto, extrañeza, dudas, malestar, deja el Tercer Informe de Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, porque mucho de lo expresado no corresponde con la realidad que el propio gobierno da a conocer.

Como en anteriores ocasiones, la mayor duda es de qué país habla el Presidente; qué realidades ve él que los demás no vemos. Muchos, molestos, se preguntan por qué si dice que no miente, oculta, evade, deforma y manipula la verdad; por qué en lugar de reconocerla e invitarnos a cambiarla juntos, persiste en la negación y el autoengaño del adicto, de creer que —cuando él quiera— puede cambiar, persistiendo en sus reiterados fracasos por no pedir ayuda.

Teniendo la facultad de convocar al Consejo Nacional de Salud para que los responsables, por ley, den respuestas a situaciones como la que vivimos, no lo hace y sigue siendo el presidente quien deciden qué se hace y qué no, exponiendo a la población, y ahora a la niñez y a la juventud, a los riesgos de contagio, eliminando cualquier responsabilidad de su parte.

Por qué, se preguntan muchos, el presidente no da respuestas a las estadísticas –no encuestas— de INEGI respecto al exceso de mortalidad que, de enero de 2020 a marzo de 2021, fue de casi 500 mil personas. Y que tan solo en el primer trimestre de este año tuvo un incremento de 81.9% (166 mil 178 defunciones adicionales) que en el mismo periodo de 2020, que no había pandemia.
Igual sucede con las víctimas de la violencia: ve el árbol, no el bosque. Como en los últimos meses han habido menos muertos, eso es señal clara de que la estrategia gubernamental (no hacer nada) funciona. Sin embargo no ve el bosque: la suma de muertos en los 33 meses de esta administración es superior a la suma de los muertos en el mismo lapso de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, juntos.

Todos quisiéramos que la actitud “aspiracionista” de AMLO fuera realidad y que México fuera el paraíso que él sueña. La realidad es que transitamos del purgatorio neoliberal al infierno populista con la ceguera de amplios sectores de la sociedad que, deseosos de creer, no aceptan la verdad oficial de Inegi, Coneval, Banco de México, Secretaría de Hacienda, entre otros, y sí creer en el recurso retórico de “los otros datos” que nunca nadie ha conocido en sus cifras ni en sus fuentes. Así, el Informe adquirió el formato de una mañanera más.

Desde que dejó de aparecer el reporte periódico de SPIN sobre las mentiras expresadas en las mañaneras, perdimos la cuenta sobre el volumen de engaños —deliberados o no— que diariamente se nos dicen. Quienes pensaban que al eliminar la contabilidad de mentiras e imprecisiones estas se acababan, se engañan. Nos quedamos en 58 mil y con el liderazgo mundial.

Es falso que hay libertad de expresión, que no se censura a los periodistas, cuando diario se señala, ataca y denosta a quienes investigan, corroboran y cuestionan los dichos de AMLO. Duele que se persiga a los dueños de los medios de comunicación, mediante el Centro Nacional de Inteligencia y la Unidad de Inteligencia Financiera, con la pretensión de que “le bajen” y de que sean ellos quienes “controlen”, corran o cierren los medios a comunicadores, como ha pasado.

La mentira también es una forma de corrupción, sobre todo de quien públicamente ha dicho que “no mentir” es uno de sus pilares de actuación. Y en el que, paradójicamente, funda su pretendida superioridad moral. Curiosamente, la realidad lo desmiente. El poder, sin templanza, enferma.

Periodista y maestro en seguridad nacional

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