Poco a poco hemos comenzado a relajar la guardia sobre muchas de las medidas preventivas que hemos adquirido a lo largo de más de dos años de cuidados para eludir este virus que vino a sacudir la manera como vivimos hasta antes que se esparciera como lo hizo. Pienso que es algo parecido entre la idea de no ceder a la tentación de descuidarnos y el deseo absoluto de dejar atrás un tema que nos ha agotado y del que ya intentamos olvidarnos. Sin embargo, resulta inevitable eludir y no hacer frente a otras múltiples consecuencias que nos trajo la pandemia y que hoy, de buenas a primeras, se está transformando en una crisis económica de grandes dimensiones y contra las cuales es más difícil intentar protegerse.

Son estos días de malas noticias económicas para todos, cuando la mente se nos revoluciona y los pensamientos sobre lo que pueda o no ocurrir, nos comienzan a seguir como un furioso y ruidoso enjambre que nos aturde. Se hace necesario buscar con mucha calma la sensatez para analizar la información y actuar en consecuencia. Pienso si esa falsa vocación de apicultor sin colmeneras, no será acaso equiparable a algún daño colateral adquirido durante la pandemia y que se va mostrando como una alergia dejándonos maltrechos. Estoy cierto que la crisis no tiene una cura inmediata y que la única manera que tenemos de hacerle frente, es capotearla como un toro bravo al que tan solo intentamos no ponernos de frente, para evitar un catastrófica embestida.

Vaya que se antoja entonces tener algunos momentos como los que la vida me ha regalado en ocasiones cuando visito una zona de reserva en un bosque y me levanto un par de horas antes del amanecer para preparar un buen café y con la cámara fotográfica salir en la búsqueda de fauna que pueda atrapar con el lente. En esas salidas hay un espacio de tiempo en el que me acomodo en un refugio improvisado y espero con paciencia el amanecer, hasta que el sol se asoma y despierta a muchos de los vecinos de ese barrio. En ese aparente impasse de la mayor oscuridad, hay un espacio de tiempo en el que intento sentarme y sentirme al borde del silencio, sin ruido alguno, como un regalo de la naturaleza que no es para llevar, sino para consumirse y disfrutar únicamente ahí, hasta que los primeros trinos de aves lo rompen y desaparece para dar paso a otro momento prometedor, iluminado, muy distinto pero igual de hermoso.

Al borde del silencio es un lugar no muy cómodo, pero ideal para colocarse a pensar alejado hasta de aquellos ruidos mentales que no nos dejan enfocarnos. Es como un maravilloso remedio casero que sí funciona contra el estrés. Lo único malo es que la realidad parece cada vez alejarnos más de ese bosque, pero ante la realidad no hay otra alternativa que hacerle frente, lo interesante es descubrir la mejor manera para ello.

En casa, la música suave suele ser un buen elemento para acompañar a ese silencio interior que necesitamos, como el agua y el alimento para sobrevivir. No dejemos que las circunstancias nos coloquen caprichosamente frente a las bocinas grandes en la fiesta de la vida. Tanto ruido nos puede cancelar la posibilidad de encontrar las acciones que necesitamos para transitar de la mejor manera la crisis como la que hoy tenemos frente a nosotros y que afecta este bosque que aún es el Querétaro nuevo que deseamos conservar.

@GerardoProal

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