“Quisiera decirte al compás de un son que tú eres mi vida, que no quiero a nadie, que respiro el aire que respiras tú”. Con estas palabras, el hombre más romántico que ha dado México, el mítico Flaco de Oro, declara su sentimiento al amor de sus amores. El aire que envuelve a la mujer amada, ese conjunto de nitrógeno, oxígeno y gases nobles, al conjuro de la música se convierte en un espacio vivido solo por dos, que al inspirar lo integran a su organismo y lo vuelven, sin que el propio aire lo sepa, un tesoro compartido, el cómplice de sus emociones, el embrujo que los hace sentir que no hay nadie, en el mundo entero, más afortunado que ellos dos. El aire es parte del hechizo: es el vehículo por el que transitan los besos, los suspiros, la invisible atadura del amor, el más fuerte vínculo que pude unir a los humanos.

El aire fue durante siglos el personaje central de muchas historias: en el aire se encontraba el éter, sustancia brillante que respiraban los dioses según los antiguos griegos. Las personas ordinarias, por el contrario, respiraban un aire pesado. Esta diferencia queda asentada en la física aristotélica. Siglos más tarde, se dejó el éter para otros usos: conformar el cuerpo de los fantasmas, flotar en el aire para hipnotizar a los mortales, suspender la voluntad de las personas mediante el desmayo producido por un algodón impregnado de esa fórmula. El éter dejó de ser divino y se volvió humano.

En las metrópolis actuales, el mayor tesoro es el aire limpio. La Ciudad de México lo tuvo durante siglos. En 1804, el sabio berlinés Alexander Von Humboldt llegó al Valle de México y sus asombrados ojos registraron un paisaje verdaderamente bello: dos volcanes majestuosos se levantaban como telón de fondo de una ciudad hermosa, elegante, rodeada de bosques. Entonces pronunció la frase: “Viajero, has llegado a la región más transparente del aire”. Un siglo después, nuestro gran escritor Alfonso Reyes repitió esa afirmación en su libro Visión de Anáhuac, de 1917. Cuando Reyes era muy viejo, en su casa de retiro en Cuernavaca, recibía la visita de un joven inquieto llamado Carlos Fuentes, hijo de uno de sus mejores amigos, el diplomático Rafael Fuentes.

El narrador, a manera de homenaje a Reyes, tituló La región más transparente a su primera novela. Este libro inició un movimiento literario hispanoamericano de alcance mundial llamado el Boom. Las décadas que han pasado permiten insertar todos estos hechos en la Historia de la Literatura. Qué cosa más linda, contemplar ahora la producción de todos los escritores, venidos de los barrios de Buenos Aires, Lima, Montevideo o La Habana, que nos regalaron cien libros magníficos, maravillosos, escritos a partir de 1958.

Mientras tanto, la vida cambió: el arte, la ciencia y la tecnología han transformado el mundo y nuestra manera de vivir. Las formas de educar a los hijos y de crear una familia han dejado atrás cánones estrictos, miedos ancestrales. Hoy enseñamos a los niños en ambientes más libres, con más aire a su alrededor, metafóricamente hablando. Lo que no hemos enseñado es a conservar la naturaleza limpia, el aire libre de humos, el agua cristalina. Los poetas, que saben observar el mundo desde el aire, nos ayudan a comprender mejor este fenómeno. Octavio Paz, en “El fuego de cada día”, poema dedicado a Juan García Ponce, dice: “Como el aire / hace y deshace / sobre las páginas de la geología / sobre las mesas planetarias / sus invisibles edificios: / el hombre. Su lenguaje es un grano apenas, / pero quemante / en la palma del espacio”.

Al tiempo que Paz escribía estos versos, el español Jorge Guillén, uno de los grandes de la primera mitad del siglo XX, declaraba: “Aire: nada, casi nada / O con un ser muy secreto / O sin materia tal vez / Nada, casi nada: cielo.”

Antes de que el aire sea nada, casi nada; antes de que el aire se torne gris de tanto polvo, humo y partículas de basura; antes de que los pulmones de nuestros niños se impregnen de hollín y sus alveolos se saturen hasta asfixiarlos, plantemos árboles, caminemos, andemos en bicicleta, no encendamos fuegos innecesarios. Volvamos a la región más transparente del aire.

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