Casi de manera religiosa, los lunes, participo en la mesa de análisis de La Papaya, programa transmitido por EXA, a ésta se suman mis compañeros legisladores: Mauricio Kuri (PAN) y Beatriz Robles, (Morena) es un ejercicio de debate y de intercambio de ideas que disfruto mucho. El pasado 1 de mayo me preguntaron: ¿Qué tendría que suceder con la ciudadania, con las fuerzas políticas de derecha o cómo le quieran llamar, para que un proyecto que saque el gobierno federal sea atractivo [sic]? esto, en referencia al conjunto de proyectos de infraestructura que el gobierno federal ha venido anunciando, y de manera concreta al tren transístmico que justamente fue el tema de análisis en esta ocasión. Me pareció una pregunta muy atinada porque ante el rechazo generalizado de las obras anunciadas por el presidente pudiera pensarse que ese rechazo es una manera de boicotear las buenas intenciones del presidente de promover el desarrollo de México, el rechazo a los proyectos de obra —y a muchos otros que nada tienen que ver con obra pública— no son un asunto de oposición a la obra en sí, sino a la forma en la que se decide llevar a cabo, en menos de 5 meses ya son varios ejemplos, solo por mencionar algunos: la cancelación del NAIM, que ha decir del Secretario de Comunicaciones y Transportes tardaremos 20 años en pagar, y la construcción de una planta termoeléctrica en Huexca, Morelos, en ambos casos se recurrió a supuestas “consultas ciudadanas” y bueno, los resultados ahí están.

Esencialmente la idea de un tren transístmico no es mala; conectar el Pacífico con el Atlántico, (los puertos de Salina Cruz, Oaxaca, y Coatzacoalcos, Veracruz) es un proyecto que se ha tratado de concretar desde tiempo atrás, y claro, la magnitud trae consigo implicaciones ecológicas, comerciales, y un costo significativo que según el presidente será construido exclusivamente con recurso público. No tengo duda que un proyecto cómo éste nos pueda proyectar como un país más competitivo, sin embargo llama la atención (otra vez) la forma en la que se decide construir o no un proyecto de este calado. En un mitin (al que el presidente denominó “asamblea”) se llevó a cabo “la consulta”, esta vez ya ni siquiera se tomaron la molestia de preparar su simulación de “consulta popular”, como la del tren maya o la que canceló el NAIM, fue en un evento al que —seguramente— asistieron personas afines al proyecto, ni siquiera podemos estar seguros de que los ciudadanos presentes conocieran con precisión el impacto y la impotencia de este proyecto.

El proyecto del tren transístimo no es nuevo, no se está inventando el hilo negro, el verdadero reto es llevarlo a cabo, sin embargo lo que más preocupa es que un proyecto de esta magnitud no puede tomarse a la ligera, se deben considerar entre muchos aspectos: el impacto ambiental, que será construido en una de las zonas más ricas del país —en cuanto a ecosistema se refiere— , el costo de la obra y, necesariamente tiene que ser económicamente accesible para que todas y todos los mexicanos puedan disfrutarlo.

El momento que vive el país requiere de un presidente que unifique, no que divida, México no está para posturas maniqueas absurdas “le guste o no a los conservadores”. Al presidente le gusta llamar “conservadores” a cualquiera que no aplauda sus decisiones, pero si se piensa detenidamente, hay mas tintes de conservador en las políticas de su gobierno. Ante la severa crisis de inseguridad y una economía cada vez mas frágil lo que necesitamos es unidad y exigir a quien hoy tiene las riendas de la nación; madurez política para entender que todas y todos perseguimos el mismo objetivo y es, que a México le vaya bien, por supuesto que tenemos visiones distintas de como alcanzar ese objetivo, pero tengamos presente que esa diferencia de rutas y de visiones, nos convierte en adversarios políticos pero no en enemigos.

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