“Cuando pienso en mi formación como lector, pienso en mi abuela materna, y antes de ella, en Tarzán, el único personaje que aprendió a leer solo. La abuela nos daba una lección sobre lo que significaba la lectura y se convertía en alguien que contaba historias, y muchas veces estaban referidas a su propia vida”, cuenta el escritor Felipe Garrido, quien pasaba los veranos de su infancia en Torreón, donde el calor llevaba a los vecinos a sentarse en sillas sobre la banqueta, al caer el sol. Garrido y sus primos se reunían alrededor de la abuela.

Algar es un pueblo de la sierra de Cádiz, en España, cuyos habitantes descienden de empresarios que se hicieron a la mar y llegaron a México, donde trabajaron hasta reunir fortunas que dieron lustre a Algar, localidad que celebra el Día de Muertos con altares alusivos a sus seres queridos, con música de mariachi y copas de mezcal. En sus calles, los viejos cuentan historias, al fresco de la tarde que se transforma en noche.

El alcalde de Algar, en agosto de 2021, inició una gestión para que UNESCO reconozca las charlas en la calle como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Charlas como las que presidía la abuela de Garrido, y las abuelas turcas o chinas, que se han dedicado a lo largo de los siglos a contar cuentos a sus nietos, creando en su mente un conjunto de ficciones que les ayuden a comprender la vida.

Evaristo Carriego, compositor argentino, escribió el poema “Hay que cuidarla mucho, hermana”, que dice así: “Mañana cumpliremos / quince años de vida en esta casa. / ¡Qué horror, hermana, cómo envejecemos / y cómo pasa el tiempo, cómo pasa! / Llegamos niños y ya somos hombres, / hemos visto pasar muchos inviernos / y tenemos tristezas. Nuestros nombres / no dicen ya diminutivos tiernos / ingenuos, maternales; ya no hay esa / infantil alegría / de cuando éramos todos a la mesa: / «Que abuela cuente, que abuelita cuente / un cuento antes de dormir; que diga / la historia del rey indio»”.

Hay abuelas que son excelentes cocineras y comparten con los nietos sus secretos para asegurar que los platillos familiares duren otra generación; otras volvieron a cursar la primaria cada tarde al revisar las tareas escolares; empresarias que llevan a los pequeños a sus negocios, así sea una humilde tienda de comestibles, una pastelería o una bodega en el mercado. En cada hora compartida con los hijos de sus hijos, van trasmitiendo el sentido del deber, la puntualidad, la honradez y la verdad. Se han adaptado a los tiempos. Las abuelas de hoy, hasta hace poco lucieron minifaldas, bailaron rock and roll, rompieron paradigmas y se enfrentaron a la autoridad paterna.

Manuel Vicent, escritor español, aconseja: “Si no quieres escuchar los graznidos de felicidad que emiten las aves de rapiña sobrevolando el préstamo que no has podido atender, apriétate el cinturón, vuelve a la austeridad espartana [...] cuida tu salud para que al menos la crisis económica no te haga sangrar la úlcera de estómago y aguanta todos los embates agarrado al tarro de mermelada de la abuela”.

La mermelada es dulzura, son caricias, son consejos. El tarro es la fuerza para enfrentar la adversidad.

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