Eran mis tiempos de preparatoriano, de estudiante en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) plantel Vallejo de la UNAM, cuando abruptamente conocí la realidad de la guerrilla mexicana. Un puñado de integrantes de la llamada Liga Comunista 23 de septiembre irrumpió en las instalaciones del plantel Azcapotzalco del sistema CCH en cuyo acceso principal mataron al profesor Alfonso Peralta Reyes.

El “pecado” de ese catedrático fue ser militante de una organización de izquierda (trotskista) que se pronunció en contra de los métodos de ese grupo guerrillero y, más aún, se dedicaba a impartir clases. Por eso, fue acusado de “burgués” por la Liga 23 de septiembre y condenado a morir por “reformista” y por no abrazar los principios de la guerra de guerrillas.

Unos meses después, los mismos guerrilleros, armados, con uniforme militar y cubiertos del rostro, concurrieron al plantel Naucalpan del CCH a distribuir volantes proclamando la viabilidad de la lucha armada para transformar al país, en un intento por reclutar a jóvenes estudiantes para su organización.

En Vallejo estábamos más preocupados por defendernos de las incursiones de los porros provenientes de la preparatoria nueve, ubicada relativamente cerca del plantel. Por eso, decidimos instalar una red de alertas alrededor de la escuela y poner en marcha un operativo de seguridad; refugios en los salones, avanzada de defensa y hasta reunimos piedras en lugares “estratégicos” para defendernos de los agresores.

En los setenta

Eran los primeros años de la década de los 70 del siglo pasado (1973, 1974); poco tiempo había pasado del movimiento estudiantil de 1968 y estaba muy reciente el ataque de “halcones” —policías vestidos de civil— contra una manifestación estudiantil en Santo Tomás, en junio de 1971.

En el CCH, varios de los profesores que impartían clases habían participado en el movimiento estudiantil de 1968 o en el de 1971 y, por supuesto, sus cátedras siempre eran salpicadas de anécdotas, recuerdos y, sobre todo, de posturas políticas claramente de izquierda.

El sistema educativo “ceceachero” daba al estudiante la responsabilidad de elegir las materias que cursaría en quinto y sexto semestre, de tal manera que desde ese momento definiera su orientación académica profesional.

Me inscribí en Ciencias Políticas y Sociales, Psicología, Lógica, Ética y Conocimiento del Hombre, en Biología y en Ciencias de la Salud.

En ésas andaba cuando supe de la Liga Comunista 23 de septiembre, organización guerrillera que se fundó en marzo de 1973 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, con el objetivo expreso de agrupar en un solo órgano a todos los grupos guerrilleros que había en territorio mexicano. No lograron su objetivo. Diez años después, la Liga (como se le conocía) se desintegró.

Su nombre fue adquirido del ataque que un grupo guerrillero antecedente realizó al cuartel del Ejército Mexicano instalado en Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965. Este grupo quería repetir la historia sucedida en Cuba con el ataque al cuartel Moncada que derivó en la Revolución socialista y el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista Zaldívar.

Para la historia

Hace 53 años que sucedió este ataque. Murieron varios de los que participaron en él. Otros, los pocos, se incorporaron al movimiento estudiantil de 1968.

Durante las décadas de los años 70, 80 y 90, México vivió un periodo político marcado por la guerra de guerrillas que hizo que cambiara su ruta. Los pequeños ejércitos se multiplicaban por todo el territorio, obligando al Estado nacional a actuar… y a enfrentarlos.

Sin embargo, a pesar del peso social, histórico y político de esta época, poco o nada se sabe de ella. Hoy, a más de medio siglo de este suceso, valdría la pena pensar que este pasaje de la historia sea reconocido, estudiado y, sobre todo, entendido para derivar las lecciones que nos dejó en la construcción del México contemporáneo.

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